Su inicio, donde una secuencia tiene la virtud de incomodar al personal con tan sólo unos minutos de metraje, no se vuelve a repetir en más de hora y media que dura "The Crazies", y eso tiene delito. Porque si un tipo que es capaz de incomodar al público con tan poco, luego se contenta con seguir las peripecies de unos personajes desdibujados, y a mostrarnos retazos sobre la actuación militar en un pueblucho cuando se podría haber aprovechado mucho mejor la capacidad desasosegante de esa historia, mal vamos.

Ya no se trata sobre si la película es verosímil o no, que no lo es, sino sobre porque la capacidad de Romero en generar algún tipo de atmósfera, se dispersa en pro de un reguero de huidas, tiroteos y diálogos que lo único que hacen es reiterar una situación que con diez minutos estaba más que presentada y explicitada.

A partir de susodicha explicación, el discurso que podría haber resultado crítico, queda en anecdótico, y las actuaciones de cada uno de sus protagónicos, sólo sirven para insuflar algo de aire a este flojo ejercicio en el que la lucidez del cineasta norteamericano brilla por su ausencia.

Eso sí, el creador del concepto de zombie-caníbal sigue experimentando, en parte, con el montaje (se ve en ciertos instantes) y, algo menos, con la narrativa, logrando que su "The Crazies", aunque desangelada, posea un grado de singularidad mayor y así pueda resultar algo que, como rareza, merezca una oportunidad, por pequeña que sea.