Como en uno de los cortometrajes más conocidos que dio a luz Méliès, en "Wallace & Gromit: La gran excursión" hallamos un componente esencial que hace de esta magnífica pareja todo un manjar para los más acérrimos en el terreno animado: la ilusión.
En ella, unos primerizos Wallace & Gromit, avezados queseros y desconocidos hasta aquel momento, agotan sus reservas de tan suculento manjar, y deciden viajar a algún lugar donde poder conseguir queso y, ¿qué mejor lugar que la luna para hacerse con una buena ración?

Desde ese momento, y sin necesidad de presentación, el ingenio y talento de un joven Nick Park ronda la pantalla durante, aproximadamente, 30 minutos dejando entrever algunas de las cualidades de las que el particular dúo haría gala en sus posteriores apariciones: la frescura de una pareja tan bien acoplada como coordinada, la particular dicharachería de Wallace en contraposición con la magnífica expresividad de Gromit y todo un mundo creado con desparpajo empleando un sólo elemento: la plastilina.

En ella puede que no se atisben las grandes cualidades que han paseado durante las dos siguientes décadas (y las que, esperemos, les queden aún) estos singulares personajes y, sin embargo, ya empezamos a obtener tintes de la gran comicidad que se les atribuye, así como de sus mejores tics, haciendo que "Wallace & Gromit: La gran excursión" no sólo resulte un más que grato entretenimiento sino, además, el nacimiento de dos de los más grandes de la animación en, como mínimo, varias décadas.