Porque turbia es un rato cuando se lo propone, y ciertamente toda esa trama que gira alrededor del agente de seguros que quiere ir más allá (algo típico ese aspecto, pero tampoco desmerece) resulta ciertamente sugestiva, como para no pedirle mucho más a la propuesta en cuestión, aunque lo malo es que la turbiedad de la que hablo ahí no es precisamente la que hallamos en su palpable atmósfera, sino en su inenarrable tramo final.

Lejos de quedarse a las puertas con tal idea, sí que da más: La interpretación de su protagonista es bastante buena, amen de que, como se puede observar en el cartel, no es uno de los típicos prototipos que van por ahí resolviendo casos con sonrisa profident y haciendo amigos constantemente, y todo ello ayuda a que el personaje resulte más palpable, más real y muchísimo más creible, el transcurso no se enmaraña en exceso y está contado con una sobriedad patente, la atmósfera y el seguimiento del caso son bastante buenos y posee alguna que otra escena tan curiosilla como bien llevada y resuelta que, de paso, salpica con un poco de sanguinolencia el global.

El error cometido por el realizador aquí, en cambio, es el que termina lastrando su propio trabajo y dejándolo en algo irregular y fallido, puesto que aunque la intentona por hacer resurgir un campo como el del psycho killer encubierto de un modo tan extraño es loable, los últimos minutos de metraje no hacen más que enterrar la cinta en un aluvión de tópicos e incomprensibilidad de un espectador que se preguntará porque, una vez llegado a un punto de tal interés, se encharca todo gracias a un interminable y sobrante intérvalo, cuando está claro que todo había quedado mucho mejor resuelto unos minutos antes, sin tanto embrollo ni ese farragoso desenlace.
Es una pena pues, que se quede a medias, con tal material tras de sí, una verdadera pena.