O eso parecía al menos "Protégé" de buenas a primeras, una buena dosis dentro del estilizado y elocuentemente realizado thriller oriental para seguir mirando hacía arriba y dando la campanada como hasta ahora han logrando tanto determinadas cintas de Johnnie To, como otras que, independientemente de contar con un nombre de resuello tras su contenido, también tenían esos particulares ingredientes para triunfar.

La historia de un policía infiltrado en una banda de narcotráfico bastante grande, su relación con una drogadicta que parece no tener límites y su relación con el líder de susodicha banda, parece suficiente material como para hacer de este nuevo thriller algo sugestivo y palpitante y, de hecho, así resulta durante la primera parte de la cinta, donde pese a parecer que el personaje de la muchacha está un poco encajado como quien no quiere la cosa, luego va tomando importancia y mostrando que verdaderamente posee más funcionalidad que la de otorgar el típico romance al producto.
En este tramo, y con ese ritmo que suele asolar las producciones orientales, hallamos una presentación tanto de personajes como de situación muy bien desarrollada, mostrándonos los tintes de cada uno de los protagonistas de la obra y combinando un eficiente espectáculo que se define por alejarse de las tan manoseadas y espectaculares coreografías que tan buen resultado están dando últimamente, decantándose por otras sendas mucho más fructíferas.

Hasta cierto punto, pues, "Protégé" es un thriller tan bien llevado como interpretado, quizá la pega a partir de ese punto sea que Tung-Shing Yee se ha tomado demasiado tiempo al querer presentar la acción de un modo amplio e informativo, y luego decide culminar la propuesta en pocos instantes, ventilándose temas de un plumazo (como el de la red de narcotraficantes tras el suceso de la muchacha o el del novio de esta misma) que deberían haber sido desarrollados con más pericia y pulso para no resultar tan inverosímiles.

Que, llegados a un punto, se intente dar un cauce distinto al material que se tiene entre manos, también es muy de agradecer, y más cuando tras esos casi 120 minutos de duración, hemos podido disfrutar del talento de un Andy Lau que cada vez va a más o de algunas secuencias (la del balcón, la del barco) que, por aplomo en su dirección, son tan contundentes como satisfactorias.