Es lo que tienen los GRANDES, los que han hecho que este arte a veces deje de ser el séptimo para convertirse en el primero o en el segundo. Es lo que consiguen estos tipos extraordinarios: Brando, Dean, Tracy, Bogart, Cooper, Wayne... llenan de tal forma la pantalla y con tanta clase que requieren nuestra atención permanente, tanto si se encienden un cigarrillo como si declaman el más brillante soliloquio. Nos meten en el personaje. Así, sin más. Como si fuera fácil.
"El infierno blanco", segunda película de la productora Wayne-Fellows, está dirigida por William A. Wellman ("Incidente en Ox-Bow", "Cielo amarillo", "Caravana de mujeres"). Aparte de ser un excelente director fue también piloto de aviación y combatió en la Primera Guerra Mundial. Logra, por lo tanto, escenas de increíble verismo tanto en el interior de los aviones como en las maniobras de los mismos cada vez que rompen la formación. No cabe duda de que mantiene muy bien la tensión en dichas escenas de acción, pero no acierta a combinar (el montaje tampoco ayuda) el mundo, llamémosle así, de los 'rescatadores' con el mundo de los perdidos. En otras palabras, canta un poco el asunto. Pero no pasa nada. Ahí está John Wayne. No sólo devora la pantalla sino que además ofrece su enésima lección interpretativa. Suena la voz en off y su gesto cambia segundo a segundo cuando el tono de la voz se inclina hacia el drama, la incertidumbre, el miedo o la esperanza. Lo que hace Wayne está al alcance de muy pocos.
Qué importa que los efectos especiales en las montañas nevadas no sean muy buenos si Wayne consigue oprimirnos el corazón en un impresionante y conmovedor primer plano cuando lloroso y con barba de varios días nos dice: "Debe ser muy difícil que nos distingan desde allí arriba, muy difícil".