¡Un diez, dos dieces, veinte dieces! ¡Mamma mia, qué peliculón! ¡Qué manera de disfrutar tan inesperada! Le había dicho a mi esposa: "Hoy vemos una del gran Cagney. Es cortita y del año 31. Imagino que será buena, como todas las de él." ¿Buena? ¡Soberbia, soberbia, soberbia! Y no la citan en ninguno de los más renombrados (a la par que patéticos, embusteros y oportunistas) libros de cine. Sí que la cita el infumable libro azul. Da igual, porque entre las obras maestras que se come y la falta de rigurosidad que conlleva, da cada día más asco.
Disfruten, queridos espectadores, de "Blonde Crazy". Espléndido guión, diálogos memorables, notable fotografía, ágil y trepidante dirección. Como ya he dicho alguna vez, el que sabe contar historias, hace obras maestras, ennoblece el séptimo arte. El que no sabe, que se retire. Roy Del Ruth la cuenta magníficamente. Y además cuenta con uno de los mejores actores de todos los tiempos, James Cagney. Y Cagney, eléctrico, vigoroso y demoledor (como siempre) da una excelsa e inolvidable clase de interpretación: Cagney y sus mil rostros distintos, Cagney alegre, Cagney taciturno, Cagney burlón recitando a Browning, Cagney haciendo el payaso dirigiéndose a la puerta de salida, Cagney henchido y lacerado por el amor.
¡Qué actorazo! Al final, entre Cagney y Edward G. Robinson, van a sacar de los dos primeros lugares de mi pódium actoral, a Brando y a Dean. ¡Joder, qué buenos son los cuatro! Y los actores de ahora se creen buenos. Y los sesudos críticos los encumbran. No sé cómo no se les cae a unos y a otros la cara de vergüenza.