William Seiter dirige esta agradable comedia bien cimentada en un sencillo pero original guión, y sostenida con eficacia y credibilidad por sus actores principales. El ritmo es ágil y, sus primeros cincuenta minutos, fluyen con naturalidad y criterio ante los ojos del espectador. A partir de ahí -en el momento en que Joan es llevada a la comisaría- el nivel de la cinta baja enteros y la historia se torna incomprensible y absurda. Tal vez, una de las causas de dicho bajón, sea, que han quedado sin desarrollar un montón de buenas posibilidades. Su abrupto final poco tiene que ver con un desarrollo que había sido tan fluido como eficaz.
Jean Arthur, Leo Carrillo y el eterno gruñón de Lionel Stander, realizan notables interpretaciones. Ninguna culpa tienen ellos del desajuste final. Simplemente, no hubo guinda para el pastel.