Terriblemente superficial y parcial, de tan obvia premisa (y conclusiones, por supuesto) que ni siquiera ha lugar a plantearse la explicación de la otra parte contratante, es decir, del mal radical, se da por hecho, todo, para qué molestarse si está tan claro, lo que se nos cuenta, palmario, cerrado, sin posible debate o duda, del barquero las verdades, el islam, obvio, es malo y los derechos humanos, como las propias palabras indican, son buenos, para eso estamos, no corramos un tupido velo, sigamos el juego, gana la banca, el cielo.
Todo ello aliñado con halagos de patio de colegio y emociones y reflexiones tan tiernas como evidentes, primarias.
Plano, escurrido, sin aportar información, socorrido, este tipo de documento que tanto nos gusta por estos lares tan desarrollados y morales, ya que nos da la razón, vivimos en el mejor de los mundos posibles, plenos de libertades y progreso, y nos adornan los mejores sentimientos como añadido, la guinda del pastel, ese lujo, no como esos (esas) desgraciados musulmanas (a la fuerza, no hay otra, nunca mejor dicho, ahorcan), perseguidos por bárbaros trogloditas que (también, o más si cabe), abusan de sus mujeres y sus infantes, a los que les ha tocado la mala suerte de nacer en el lugar equivocado en el momento más inoportuno, rodeados de cafres, energúmenos y sinvergüenzas y liderados por sátrapas de medio pelo fanatizados hasta el tuétano.