Estoy entre agujas y alfileres, pisando huevos, los dedos huéspedes. Necrofobia.
Hay tantos imposibles o disparates argumentales que a eso del diecinueve mil novecientos noventa y nueve, sobre el minuto dos y cuarenta y cinco segundos, sacas la bandera blanca, yo me rindo, vale, ganáis vosotros, lo reconozco, no doy abasto, y ya, por fin tranquilo y relajado, sin luchar inútilmente contra una fuerza invencible o un poder omnímodo, invisible monstruo, te da igual si el guante es de oro y se lo robaron a Mickey Mantle mientras este hacía sus más básicas necesidades el pobre, si los diamantes son de sangre y de DiCaprio, si el policía estaba liado, sexualmente, obvio, con el de los camiones, con cualquiera de ellos, si el supuesto amigo del camionero y la camarera Mabel (con ese nombre qué se podía esperar de ella) trafican con órganos, si los camiones en realidad son autos de choque, transformers, si el pueblo es el de Terciopelo azul o el de los malditos, si el malo es el malvado Zaroff, Zodiac, si están todos muertos como en Pedro Páramo y no es spoiler, de hecho, por las calles no anda nadie, no se ve ni a una rata muerta, si es una parábola sobre la guerra fría y la lucha anticomunista, los ladrones de cuerpos, si aquello es el salario del miedo, trinitroglicerina a espuertas y a cuestas, si...
El actor Dix es estupendo, la mujer atractiva y el espabilado chiquillo no demasiado repulsivo, aquel ritmillo es simpático, la fotografía magnífica, la dirección funcional...
Pero, lo dicho, ese alejamiento de lo que te cuentan, te importa un comino y un tomillo, te produce un profundo aburrimiento ya que se toman en serio, más o menos, o eso parece, démosles el castigo de la duda, algo que de ningún modo, más parece un vodevil con tantas puertas de por medio que se abren y se cierran como un abanico que algo con algún mínimo sentido o propósito.
Maja gente, pero bastante poco interesante. Esa es la (triste) cosa.