Pelo de cobre, lanza rota, baño de sangre.
Los buenos son demasiado buenos y los malos excesivamente tontos o estúpidos y el esquema es el de siempre, miles de películas del oeste, y casi de cualquier género que se precie o toque, con la misma cómoda tesis que para todo sirve, equidistante, el de repartir responsabilidades para finalmente no culpar de verdad a nadie, ya que por un lado tenemos a un malvado o más bien tres por parte de los blancos, el consejero, el mezcalero y el del ejército que Abundio incluso más zoquete o tonto, y por el otro a Gerónimo asolando sin descanso, atrocidades sin fin tramando, y en el lado del bien igual, el gerifalte del ejército y el resto de los que por allí pacen son la leche lo mismo que Cochise y su gente, por lo que está todo bastante repartido y el verdadero responsable, el gobierno de los USA, los de Washington, a esos apenas se les nombra o cita, como muy de pasada no la liemos, siempre en el cine yanqui se lanza la piedra al don nadie y se esconde la mano del poderoso que los hilos con parsimonia tediosa mueve, se señala a los de abajo o a los del medio y nunca a los de arriba o que más pintan con las prisas se nos olvidan en estos desastrosos bélicos casos, tienen bien claro quien es el amo, a quien se deben o rinden cuentas, lo que mande padre, al que pone el dinero o da el permiso o al que está directamente relacionado con el que manda sino es el mismo o su hermano o primo, de cama compañeros todos, los mejores amigos, cierto.
Ese maniqueísmo extremo simplifica atonta y empobrece atora una historia que está bien contada, sin pega, mediocre, eficazmente, certera, honestamente, sin mucha fuerza, pero con bastante garbo.