No hace falta recurrir a tremendismos o agonías, a efectismos o morbos para contar lo peor, lo cual se demuestra con ese cierre tan seco y preciso.
La película tampoco va más allá o explica mucho más, no ilumina o prefigura la nueva posible sociedad que quieren montar, ya que por mucho que en un primer instante rechacen o aíslen a las mujeres, las necesitan y tendrán que tratar con ellas, eso aquí también queda fuera de plano, se ciñen o limitan a las peripecias de la niña.
La mirada de ella es una maravilla, sus reacciones, sus miedos, sus gritos y susurros, lloros y observaciones, y la del chaval igual aunque es un personaje errático o de comportamiento contradictorio, pasa de amenazar con denunciarla si no le dan dinero a protegerla a tumba abierta y contra viento y marea sin que nos cuenten o muestren transición ninguna en ese sentido o a ese respecto.
Mucho más bien que mal.
Cuando mira a través de la ventana empapada empañada, cuando el mechón de pelo queda plantado en el tiesto, bonitos e imaginativos momentos, por ejemplo, o cómo resuelven el ataque a las mujeres de forma que no se vea casi nada y que solo casi con el sonido del agua y los gritos impresione, muestras todas ellas de talento, de contar mucho con tan poco.
El villano o los villanos principales (no me refiero a los que hacen bulto) no dan gritos ni son violentos, son educados y controlados, no es necesario que monten ningún número histérico histriónico para que seamos conscientes de su bellaquería, basta con lo que sabemos que hacen o provocan aunque ni siquiera lo veamos del todo.
Barbazul.
Ella se parece o recuerda a aquella niña afgana de la foto famosa.
Esta misma historia en Occidente ahora sería casi igual ¿pero sin talibanes? y ella no lo haría por la pura supervivencia, sería porque lo/se siente así, chico, y hay que respetarlo, cuestión de perspectivas, espacios, tiempos y diferentes ideologías, primer mundo y sus lujos versus la nada y la lucha por la vida, eso.