El surrealismo de Dalí nos traslada al estado del sueño, ese donde se dibujan imágenes irreales y donde no valen los designios de ninguna lógica tiránica. Sin embargo ese no es el único estado de la mente en que las neuronas pueden dibujar imágenes insensatas; hay otras formas (la mayoría de ellas poco sanas) de dejar atrás a “El pensador” y llegar a “El gran masturbador”; Aljure opta por traernos una. El surrealismo de las pepas dista de manera considerable del surrealismo tradicional, las cosas del la vida diaria están ahí; en lugar de escapar de los dominios de la razón se monta una guerra en su contra, deformando la realidad con fuerza.

Los juegos de perspectiva, de ritmo, de cada tontería y situación que se pase por la pantalla, que hacen sentir al espectador en otro estado. Un triangulo amoroso que le clava la mirada al espectador, un travestido que flota por los aires tras un destino que hace que las monjas se santigüen y un angelito trayendo pepitas de surrealismo. Todo ello se acopla para hacer del colombian dream una experiencia visual innovadora y única.

Sin embargo, Aljure se esfuerza tanto por refinar la forma que deja descuidado el contenido. La historia al final resulta ser de lo más típica, el viejo esquema colombiano de juntar narcos y revólveres para ver que es lo que sale. No es un desperdicio total porque personajes como Jesús Elvis Simbaqueva “el elegido” (hecho por un Julián Díaz que siempre me alegra ver en pantalla) son completamente entrañables y uno siempre se queda con ganas de ver más de ellos. Tristemente lejos de esos puntos fuertes quedan otros personajes más mediocres interpretados por actores de igual condición.

El colombiam dream tiene un estilo tan grande que sólo habría necesitado de una historia buena (que no excelente) para conseguir el diez. Tristemente esta sólo se queda en “Aceptable”.