Segunda "stravaganzza" que veo en esta semana, después de "Pánico en la granja" y de las dos, por diferentes motivos he quedado satisfecho. Primero hay que agradecer a Cavestany y a todo el equipo implicado el riesgo implícito en una propuesta como esta alejada de todo convencionalismo al uso. Personalmente le agradezco este suicidio comercial que no puede tener otro objetivo que el de disfrutar con el trabajo y demostrar que se pueden contar y transmitir muchas cosas sin atenerse al manual preestablecido.Decía Alberto Miralles, autor teatral, en una de sus obras que, "donde no hay dinero hay que poner imaginación", y aquí sobra, tanto en la forma donde Cavestany juega con todas las posibilidades que le da su cámara de mano a la hora de plasmar un entorno tan caótico y laberíntico como sus personajes como en el fondo en el que se nota y mucho su formación teatral, con unos diálogos y un planteamiento digno del mejor Ionesco, acompañado de una banda sonora perfecta que se acopla como anillo al dedo a las imágenes potenciando sus atmósferas. Me he reído mucho con algunas de las escenas y siempre he sentido la angustia existencial, la desorientación vital de aquellos que no entienden el porqué de todo esto y buscan absurdamente un sentido, agarrándose a lo que sea con tal de sentir que la vida no es un fraude. Sin fisuras los actores en sus roles, donde Antonio de la Torre acierta como mascarón de proa de una nave sin aparejos, tripulada por locos y en constante deriva. Absolutamente recomendable para todo aquel que este dispuesto durante una hora a dejarse llevar. Si se hunden, no se preocupen, dispongo de barcos.