Tras "El crimen de Oribe", realizada tres años antes, "El hijo del crack" es la segunda obra de aprendizaje que Torre Nilsson realiza a la sombra de su padre, el también director Leopoldo Torres Ríos.
El guión, tópico, previsible y escorado al sentimentalismo, busca tanto la complicidad del público futbolero como la del entregado a los dramas con niño, siempre rentables en taquilla.
Poco cabe pues destacar en esta obra que no sea el buen oficio con que los Torre resuelven una historia trillada; buen oficio, eso sí, que hace aguas en el tramo final y en las escenas de los partidos, contadas y montadas con sorprendente tosquedad.