Escalofriante film ultra violento. Alexander Aja, firmante de la angustiosa Alta Tensión, saltó el charco para superar a Wes Craven en este remake alucinante. Pocas son las ocasiones en que el gore y la elegancia en la puesta en escena, inusual para el género, se dan la mano de manera tan factible. Las perversidades canibalescas de los mutantes mineros se desarrollan en un páramo desértico y rocoso de traza excepcional. Nada de penumbras que oculten o sugieran lo que ocurre, sino horror en estado puro a plena y sofocante luz del día, decisión bastante inusual en el cine de terror. El uso del panorámico en las yermas extensiones y la excepcional fotografía otorgan una textura malsana, enfermiza y extraordinariamente nítida del desierto como infernal coto de caza. En cuanto a la trama, el film se estructura en una convencional exposición de personajes, ataque del clan de las deformidades congénitas e intento de rescate y venganza por parte de los supervivientes que, escapando a los estándares del miedo, se defienden con uñas y dientes, no ofreciéndose como corderos al matadero, sino respondiendo con una fiereza inusitada.

“Las colinas tienen ojos" es un survival-horror en toda regla que desafía el aguante de los estómagos más curtidos, una espiral de sangre, persecución y tripas al aire muy bien ejecutada, en la que además cabe cierto tono crítico. Esas casas con dummies protofamiliares devastados, como el sueño americano reducido a restos postnucleares, esas banderas hondeando al viento entre arena y sangre, las decadentes emisiones de programas de televisión pro-yankis, etc. "Vosotros nos convertisteis en esto..." es la acusación a una civilización que ha creado sus propios monstruos para abandonarlos a su suerte. Quizás parezca un análisis demasiado profundo, pero todos esos detalles aderezan la simpleza de la historia y la distancian del mero "corre que te pillo".

Una película recomendable para fans del gore y el terror extremo, a la que no deberían recurrir aquellos que adolecen de exceso de empatía.