Cómo le gusta a Iñárritu maltratar a sus personajes. Especializado en el sufrimiento ajeno, sus films hasta ahora han sido una exposición eminentemente tenebrosa de la fatalidad del destino, manejando estructuras espacio-temporales que no hacían sino remarcar con acierto y habilidad ese carácter de inevitabilidad del pathos. Tanto “Amores perros” como “21 gramos”, no tanto la inferior “Babel”, jugaban a exponer nuestra fragilidad e indefensión ante los azares de la vida mediante una narrativa fascinante, tanto en forma como en contenido.

Pero en “Biutiful” no sucede nada de eso. De un determinismo tan marcadamente pesimista que se hace increíble, en una obsesiva búsqueda por resultar veraz (=feísta), “comprometido” y “profundo”, cae en un exceso que no hace sino evidenciar su naturaleza impostada. Tanta mierda en pantalla en una concatenación de desgracias sin control, una tras otra, rebozadas todas ellas en una pátina tan sucia como artificiosa, que parece que quiera funcionar a base de acumulación, no por el despliegue de una historia sólida. Ni la ausencia de su antiguo socio Guillermo Arriaga en el guión ni la narración lineal le han sentado bien al cine de Iñárritu.

Quiere abarcar mucho para no profundizar en nada: la lucha de un hombre terminal por irse en paz y dejar a sus hijos a buen recaudo, la explotación de inmigrantes, la corrupción policial, los prejuicios ante la homosexulalidad, el top-manta, la mujer lasciva y bipolar, el hermano irresponsable, la figura del padre ausente, el contacto con el más allá (sic)…

Todo ello en la Barcelona menos glamorosa, en un barrio chino (que por cierto, en los años 80' y 90' vale, pero hoy en día no está tan mal como lo pintan aquí) en el que subsisten trapicheando como pueden todos sus desgraciados personajes, a los que Iñárritu no deja levantar cabeza. El mínimo atisbo de alegría y bienestar sólo se instrumentaliza para que la siguiente caída resulte aún más dura que la anterior y así intentar que el espectador se sienta peor, más afectado con lo que ve. Eso no es profundidad, señores: eso es manipulación frustrada y simple mala leche.

Queda para el recuerdo, eso sí, la excelente actuación de Bardem, cuya hybris se eleva muy por encima de esta regulera e improbable summa tragedia para fans de perroflautas y posmodernos de postín.