Dos películas en una. La primera describe con sofocante realismo un pueblo perdido de la mano de Dios, donde un puñado de miserables malviven en precarias condiciones, esperando una oportunidad que les permita salir de ese sucio agujero donde el tiempo se ha parado y el futuro no existe. Poco a poco vamos conociendo a los maleantes que de una forma u otra han terminado en ese lugar, son desgraciados en bancarrota sin un objetivo claro en la vida, pero dispuestos a jugársela por la promesa de un dinero que sin duda los sacará de la desesperanza del día a día.

La segunda empieza cuando aparece la oportunidad. Se busca gente sin nada que perder para un peligroso trabajo: conducir dos camiones cargados de nitroglicerina hasta un pozo petrolífero en llamas, por una carretera en malas condiciones, repleta de obstáculos. A partir de este momento el suspense domina la escena, dejando a los espectadores sin saliva y al borde del asiento. El nerviosismo se palpa en el ambiente en los momentos más tensos, mientras la verdadera naturaleza humana sale a relucir: fortaleza por un lado, miedo por el otro. Los momentos donde se respira la muerte al mismo tiempo que se vislumbra la esperanza de un mañana mejor sacan lo mejor y peor de cada uno. Compañerismo, valentía, estupidez, frialdad, cobardía… No está al alcance de cualquier poner sobre la mesa esa explosión de temas, analizando con crueldad, pesimismo y un poco de ironía lo que cuesta ganarse la vida y lo poco que dura la felicidad.

Existe también cierta lectura sobre la soledad que produce estar fuera de la patria, y desde un punto más metafísico, sobre el fatalismo que se cierne sobre quien escupe a la vida, dejando en el camino poco más que pecados, un camino de malas acciones que eventualmente se convierte en una carretera hacia el infierno.

La dirección es perfecta, así como el montaje y la fotografía, retratando con acierto un paisaje polvoriento desmoralizador. Yves Montand, Charles Vanel, Folco Lulli y Peter van Eyck realizan portentosas interpretaciones, muy humanas, grises y desoladoras. Fantástico guion con un buen saco de frases profundas para el recuerdo.

Por ponerle un pero, creo que la escena final, aunque perfecta como cierre de los temas desarrollados, ha envejecido mal visualmente, cayendo un poco en el ridículo. Un detalle menor que no empaña este tremendo clásico del cine francés.

«No hace falta mucho tiempo para tener 100 años, solo unos meses. Estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado».