Robert Aldrich realiza un gran thriller psicológico repleto de suspense y horror. Para ello consigue juntar a dos divas de la era dorada de Hollywood que se odiaron toda su carrera, Bette Davis y Joan Crawford, un evento que por sí solo vendió la película y la convirtió en un éxito.

La elección de los roles protagonistas va más allá de la mera publicidad, pues realmente los papeles les sientan como anillo al dedo a las dos actrices. Bette Davis está magnífica, arrasa con sus expresiones, sus gestos, sus miradas, hasta con su forma de moverse, es una muñeca rota envejecida hacia la locura, carcomida por el odio y la culpa. Joan Crawford le aguanta el duelo interpretativo aunque su personaje es menos vistoso, una exitosa actriz que vio terminada su carrera y su movilidad debido a un “accidente”, condenada a soportar los continuos maltratos de su hermana.

La película nos habla del daño que provoca el éxito infantil en los niños explotados para ganar dinero y fama. También del veneno que supone el rencor, la envidia y la venganza. Psicológicamente resulta desgarradora por momentos, una dura tragedia, inquietante por su credibilidad. Aldrich rueda con maestría e inmortaliza escenas para el recuerdo. El ambiente es lúgubre, decrépito. Una agobiante banda sonora nos pone de los nervios. La historia se guarda bajo la manga algún que otro giro argumental que le otorga completa verosimilitud.

Este tóxico relato sobre una relación de odio, necesidad, celos y destrucción entre hermanas es un clásico que todo amante del cine debería ver.