Una de las primeras preguntas que me formulo en este momento es: como director debutante ¿Por qué un remake? De verdad que no me lo puedo explicar, cuando lo que pretende es que nuestro trabajo sea memorable por originalidad y más viniendo de alguien como Gustavo Moheno, que me parece hace crítica cinematográfica; Moheno se expone a la comparación y consigue comentarios nada convincentes de la historia que ha rodado; película que no es mejor que su antecesora, hay elementos que la favorecen y otros que terminan por hundirla.

El proceso de selección de actrices: ¿de qué se valió?, ¿talento?, ¿caras conocidas? Tal pareciera que siguen empleando a personalidades populares y recurrentes en la pantalla grande: Martha Higareda, para asegurar la entrada a la sala, aunque no sea siempre el éxito esperado. Después vienen una serie de actrices de papel, que en absoluto realizan una interpretación correcta, destacando la de María Fernanda Malo, remilgo de actriz que no abandona esa actitud estúpida de fresa y que se cobija en el strip-tease mal realizado para generar polémica y tratar de ganar credibilidad como actriz, pero al compararlo con el de Norma Lazareno en la versión anterior, se nota una preocupación por imprimir seguridad al personaje, algo que la segunda prefirió omitir para dar paso a su vanidad y presencia a cuadro ¿quién le dijo que actúa?

La readaptación del trabajo de Carlos Enrique Taboada a nuestra época esta basado en problemas como la anorexia, drogas, depresión y lesbianismo, digamos que abandona lo light de la otra versión y a mi parecer daba más para generar algo totalmente ajeno al trabajo de 1967. La pregunta sigue en el aire ¿Por qué un remake?