La dinámica de la prostitución consensuada y de alto nivel —bajo el término de escorts—, llevada al cine, suele percibirse como una actividad hedonista, sin mayores conflictos y de consecuencias a posteriori que develan todo una estructura de guión formulado y funcional para satisfacer a un público que gusta más del cine de presupuesto y sin tantas pretenciones, que de aquel que tiene como fondo auténtico, la denuncia.

«El precio del placer» trae como fondo la trata de mujeres con una estética que resalta los grandes rendimientos del oficio, con los excesos obligados y ese implícito de poder que doblega rebeldías y compra consciencias, además de operar impunemente bajo la indiferencia social y de autoridades.

Emi, una chica de provincia pronto se verá expuesta a una dupla de tratantes, que sin mucho alcance, va mostrándole el camino hacia un negocio en el que los escrúpulos estorban si de ganancias se trata. Al verse inmersa en una red de servicios destinados al acompañamiento, la jovén emprenderá con independencia sus propios servicios en el que habrá daños colaterales insospechados en su presente y futuro a corto plazo.

La cinta cuenta con una dinámica formidable que nos sumerge de inmediato en las circunstancias de su protagonista, quien es calculadora y perspicaz hasta el momento en el que queda dentro de un triángulo de deseo y amor que descontrolará su posición en un plano dominado por las élites machistas de oriente medio.

Un proyecto de estética visual que para nada encaja con el realismo proyectado en otras películas de Europa de Este, aún cuando se abandere con la causa feminista y que devalúa su trasfondo.