Desde «Lolo» de Francisco Athié de 1992 y rodada en la periferia de la ciudad de México —al parecer en las alturas de Cuautepec—, pocas películas nos trasladan a la esencia del barrio en la capital, siendo «La diosa del asfalto» otro de los títulos más puros en ese aspecto que aborda no sólo la marginación social y económica, sino las desventajas de género con la violencia que indudablemente conlleva.

«La diosa del asfalto» de Julián Hernández, es uno de los títulos más sencillos de su filmografía, con estructura narrativa asequible, donde la mujer enrolada en banda busca su reconocimiento en la comunidad —la cual se rige por las normas de los hombres— y que demuestra la atemporalidad que representa para ellas el problema a tener la igualdad de derechos y oportunidades.

A través de un flashback Max y Ramira harán una reminiscencia de un pasado más presente de lo que imaginan. Ambas han regresado al barrio con ecos opuestos que las conducirán a cerrar el círculo de una manera radical y sin oportunidad al reconcilió.

Mabel Cadena es una de las fortalezas del filme, con un personaje complejo y de condiciones ásperas que la vuelven la victimaria esperada.

Filme sin pretensiones y de pureza visual.