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Voto de Juan Marey:
9
Aventuras En el siglo XIX, el capitán inglés Horatio Hornblower atraviesa el Atlántico con su barco para ayudar a un enloquecido dictador centroamericano. (FILMAFFINITY)
20 de marzo de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno bucea en la biografía de un artista tempestuoso e incontenible como Raoul Walsh y cree encontrar como rito de paso de su juventud a la edad adulta nada menos que un naufragio; con dieciséis años cumplidos, Walsh se había embarcado rumbo a La Habana en la galera de su tío Mathew, en este periplo a través del sugerente mar Caribe, la embarcación de los Walsh cerca estaría de hundirse bajo la ira de una terrible tempestad. Era de justicia, pues, que Walsh devolviese el favor de esa decisiva experiencia marítima volcando su fascinación por la aventura y la libertad del océano en una serie de películas sobre lobos de mar y piratas que realizaría en los primeros años de la década de los cincuenta, fruto de esta fascinación son “El hidalgo de los mares”, “El mundo en sus manos”, “El pirata Barbanegra” y “Los gavilanes del estrecho”.

La película que ahora nos ocupa, “El hidalgo de los mares” (Captain Horatio Hornblower, 1951) es una sensacional película de aventuras, en la que se nos narran las aventuras del capitán Horatio Hornblower, héroe de una saga novelística sobre la marina británica en las guerras napoleónicas, escrita por Cecil Scott Forester. Uno de los más ejemplares films que se han filmado nunca en cuanto a combates navales, reconstrucción histórica, guión, técnica, una referencia ineludible para todos los que después han intentado narrar aventuras marinas, de capitanes intrépidos, ambientes exóticos y pura estirpe marinera inglesa. Walsh una vez más dirige, a sus sesenta y cuatro años, con una energía sencillamente apabullante, y con un sentido casi juvenil del drama, es imposible volver a poner esta película en una pantalla y no quedarse absolutamente prendado de sus imágenes, arrastrados por una hemorragia de cine puro, esencial, que en su sencillez y en su poderosa alquimia nos hace olvidar la vida real, hace caer nuestras defensas, y se entrega al delirio aventurero más esencial.

Gregory Peck (que recogió el testigo de un proyecto que estaba destinado para Errol Flynn, y que no acabó en manos de Lancaster porque no daba el papel) es un héroe calmado, comprensivo, justo, tolerante, riguroso y, sobre todo, provisto con el don de la genialidad que le eleva incluso entre sus pares de la Armada, es una imagen británica perfecta, con su aspecto de hombre sereno y en quien confiar, y borda los momentos de tensión casi sin parecer esforzarse por ello. Virginia Mayo hermosísima y sensual como siempre, y en el capítulo de los estupendos secundarios que jalonan la obra sorprende ver a un joven Christopher Lee como capitán español.

Una aventura inolvidable, superlativa, que nos devuelve a la infancia y a la sensación de que el mundo es nuestro, una auténtica gozada volver a verla para escribir sobre ella. Con una fotografía excelente de Guy Green y unas maquetaciones y efectos de batallas increíbles, Raoul Walsh a sus 64 años volvía a demostrar que estaba en la cima del mundo cinematográfico.
Juan Marey
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