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Voto de Juan Marey:
8
Western. Comedia Tras la muerte accidental y absurda de un compañero durante el trabajo, dos excelentes vaqueros, uno joven y otro maduro, tras considerar que el trabajo es muy duro y el sueldo miserable, deciden atracar un banco. Huyendo por una parte de la justicia y, por otra, de una cuadrilla dirigida por el hijo mayor de su antiguo jefe, acaban dándose cuenta de que han cometido un error. (FILMAFFINITY)
6 de abril de 2024
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Blake Edwards fue un director excepcionalmente dotado para la comedia, firmó algunas de las páginas más brillantes de este género a finales de los años cincuenta y durante la década siguiente, al igual que ha ocurrido con otros directores, esto ha ensombrecido su notable aportación en otros géneros, así Edwards es el responsable de “Días de vino y rosas” (1962), una de las mejores aproximaciones rodadas en Hollywood sobre las consecuencias del alcoholismo en cuyo final, tan conmovedor como desolador, el protagonista ve a su mujer perderse en la oscuridad de la noche y, metafóricamente, del alcohol, ese mismo año también rodó “Chantaje contra una mujer” (1962), notable thriller protagonizado por Glenn Ford y, al igual que en la anterior película, Lee Remick, y un año antes rodó la maravillosa versión de la excelente novela de Truman Capote “Desayuno con diamantes”. Precisamente a comienzos de la década de los setenta y coincidiendo con su etapa más errática y menos lograda desde el punto de vista artístico, Edwards realizó su única incursión en el wéstern, un proyecto muy personal producido por su propia compañía, la Geofrey Production, bautizada con el nombre de uno de sus hijos al que reservó un pequeño papel en el filme, además era la primera vez que dirigía un guion escrito en solitario por él.

“Dos hombres contra el Oeste” es una pequeña joya muy poco vista, que destaca por una excepcional banda sonora de Jerry Goldsmith y una estupenda fotografía de Philip Lathrop y, por supuesto, por el trabajo ajustado y milimétrico de William Holden y Ryan O´Neal como esos dos fugitivos, de suave y sugerida relación, que tienen que batirse con un perseguidor psicópata, lleno de maldad, encarnado magníficamente por Karl Malden. Mientras otros directores nos hablaron de lo mismo desde otras perspectivas, en esta ocasión tenemos una historia que hace que nos asalte la tristeza por unos hombres que sólo quieren un nuevo comienzo para una época que se acaba y desatan, sin saber muy bien por qué, las iras de los que quieren confinarlos en las estrechas paredes de una violencia que ya no tiene honra. A la hora ver esta película preparad una mirada desencantada porque aquí no hay héroes, no hay grandes hazañas, sólo valientes que se despiden luchando.

Un sentido wéstern de gran belleza y tono crepuscular en el que se puede rastrear la huella de dos grandes filmes rodados en 1969: “Grupo Salvaje” y “Dos hombres y un destino”. Por una parte se aprecia la influencia de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah), no sólo por el uso de la cámara lenta en las escenas de acción, con la intención de enfatizar la violencia, sino también en el propio esqueleto argumental del filme con unos bandidos perseguidos incansablemente por un grupo cuyos miembros no son para nada superiores desde el punto de vista moral a ellos, a todo ello también hay que añadir la visión mítica de México como una arcadia que constituye, a la vez, la única esperanza y el último refugio de los protagonistas. Por otra parte también recuerda a “Dos hombres y un destino”, ofreciéndonos una bella historia de amistad entre los dos personajes principales.

Una crónica sentimental desprovista de toda épica sobre los hombres corrientes que habitaron el Far-West, uno de los westerns más nostálgicos, bellos y atípicos que nos ha dado el cine.
Juan Marey
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