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Voto de Juan Marey:
9
Comedia. Terror La vida conyugal de Gloria y Pablo Morales es un infierno. La mujer atormenta a su marido con sus celos, sus quejas y un puritanismo enfermizo. Como Gloria no quiere separarse, la situación es cada día peor. Un día, Pablo anuncia a sus conocidos que Gloria se ha ido a Guadalajara a visitar a una tía. Sin embargo, en su laboratorio de taxidermista, Pablo conserva un esqueleto al que trata como si fuese su mujer. (FILMAFFINITY)
4 de agosto de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones el crimen perfecto sí existe pero, además, puede ser increíblemente divertido, como lo es el caso de “El esqueleto de la señora Morales” (1960), del director Rogelio A. González, que contó con la esencial participación del gran guionista y habitual de Buñuel, Luis Alcoriza, adaptando con descaro y tono popular al escritor gótico Arthur Machen, y ofreciéndonos una historia tétrica sobre la que un inspiradísimo Rogelio González realiza una labor de cámara sobresaliente, adoptando una estética seria, un claroscuro expresionista de cine negro americano repleto de angulaciones y composiciones rebuscadas, con encuadres llenos de fuerza, travellings, contrastes lumínicos que enfatizan el escenario fúnebre, el lugar de convivencia entre vida y muerte en el que reside el matrimonio protagonista.

Divertidísima de principio a fin, repleta de afortunados “gags” y chistes recurrentes, acierta al parodiar y recoger ciertas constantes de la escuela melodramática típicamente mexicana que aquí se retuercen y encima no renuncia a funcionar como un “thriller” genuino, con momentos de tensión tan logrados como la resolución del crimen con guiño a Hitchcock. Rogelio A. González nos trae una película clásica mexicana de comedia negra cuyo único crimen es pecar de divertida y sombría, pues a pesar de que nos presenta una situación bastante turbia lo hace mediante situaciones y diálogos llenos de humor, ironía, crítica y, por qué no, hasta empatía, pues es un caso en el que el espectador no sólo se encariña con el “malo” de la historia, sino que termina por comprenderlo y hasta por justificar y aplaudir sus macabros actos.

Al éxito del invento colabora decisivamente la antológica galería de intérpretes, mención especial para la gran colección de secundarios, encabezados por un memorable Antonio Bravo como el muy poco piadoso “Padre Familiar”. Con un uso muy inteligente de la tipología física algo turbia de Arturo de Córdova, que además era un actor habitual de melodramas y personajes tortuosos, para dar vida a ese taxidermista afable y verdaderamente bueno resuelto a cometer el crimen perfecto y encima contarlo. Y todo porque está martirizado hasta más allá de lo soportable por uno de los personajes más odiosos de todos los tiempos, una auténtica hija de mala madre, una chantajista emocional, manipuladora, agarrada, mentirosa acomplejada por su cojera y arpía castradora a la que estás ansiando que defenestre desde que asoma y a la que personifica una descomunal Amparo Rivelles, sin palabras para su interpretación.

Uno de los títulos de oro del cine mexicano y que resulta ser una pieza sorprendentemente desconocida o más bien involuntariamente olvidada o pasada por alto, como si su categoría de comedia, su abierto carácter popular, fuera una pequeña cojera que la impidiese colocarse en el pelotón de cabeza, en el de las permanentemente mencionadas.
Juan Marey
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