Diana Dors está considerada una réplica británica de Marilyn Monroe. Rubia de impecable peluquería, grandes escotes, vestidos ceñidos para lucir figura, taconazos y mucho maquillaje. Sin embargo, en esta película, aunque luce toda su artillería cuando la protagonista recuerda su pasado, su apariencia es otra en buena parte del metraje, porque se encuentra en prisión condenada a muerte. El cartel de promoción de la película falsea bastante lo que vas a ver.
Con la cara lavada, incluso demacrada, y con la gris indumentaria de la cárcel, el contraste es tremendo. Esta parte es la más interesante, con una protagonista amargada que no tiene ganas de hablar con nadie, siempre vigilada atentamente por las celadoras, agobiada por la disciplina del centro, sin arrepentimiento, sin fe…
Oye las conversaciones intrascendentes de las celadoras, conoce perfectamente cada desperfecto de las cuatro paredes donde vive, siempre con la luz encendida que no la deja dormir.
Lo más discutible es un protagonista masculino flojito, que parece mentira que pueda levantar semejantes pasiones, y una rival rica y sofisticada que casi no aparece. Las dos relaciones obsesivas apenas están desarrolladas correctamente.
En cambio, destaca el aspecto técnico. La dirección de J. Lee Thompson es muy buena y la secuencia de Mary Hilton, encaminándose a dar rienda suelta a su odio, al comienzo de la película, es para verla varias veces.