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España España · Marte
Voto de Gort:
9
Drama. Intriga. Romance En un barroco hotel, un extraño, X, intenta persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con él. Se basa en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año anterior, en Marienbad, pero la mujer parece no recordar aquel encuentro. (FILMAFFINITY)
4 de julio de 2008
38 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Remito a las líneas escritas por Lupo sobre esta misma película a todos aquellos que deseen saber qué esperar o cómo afrontarla, sin duda orientativas. Porque es tal su hermetismo que puede acabar impacientando a más de un espectador, atónito ante lo que puede considerar un sinsentido. Esta consideración, sin embargo, fuerza sus imágenes, refractarias a toda explicación externa.

Cosas que parecen explicar (y no explicar) “El año pasado en Marienbad”:

-Un hombre que siempre gana en uno de los juegos.
-“Laissez-moi”, una negativa articulada invariablemente con esas palabras.
-Una habitación de puertas siempre abiertas, exceptuando una sola noche, en la que es imposible abrirlas.
-Personajes que aparecen en la misma escena en lugares distintos.
-Los momentos en que la palabra y la acción se suspenden, demorándose en un ínterin atemporal.

Sumidos en la reiterativa persuasión amorosa, y de la mano de un montaje malicioso, nos confundimos: no es a nosotros a quien el galán debe convencernos de la veracidad de sus palabras, de la invocación a un amor remoto que sin embargo parece vislumbrarse, como la improbable luz del amanecer a la medianoche, sino que es ella quien debe creerle o no.
El espectador, espía impertinente –porque no pertenece a ellas- de sus vicisitudes, es un fantasma invisible cuyas reacciones corresponden a otro orden: su padecimiento, en realidad, es ajeno a ese mundo.

Quienes padecen son los dos enamorados: él, perseverante en su esfuerzo por exorcizar el momento del que habla –el año pasado, en Marienbad- y presentárselo a su amada; ella, dubitativa, a veces recelosa, otras, a punto de convencerse; ambos, para siempre condenados –si es que para ellos supone una pena- a ese trance al que asistimos cada vez tras pulsar el botón.
De la misma manera, una estatua, una fotografía, perpetúan –de manera sin duda tosca y grosera- un instante; la alegría o la pena que reflejan, aunque confinada a sus límites, pervive en ellas.

Inspiradas –muy libremente, lo que siempre es meritorio- en esa otra obra de intrusión amorosa nombrada al final de estas líneas, las imágenes de estos dos amantes laten a la espera de sus espectros vigilantes. Quién sabe, tal vez al igual que nuestras vidas, cuando creamos que ya están acabadas.

“¿No debe llamarse vida lo que puede estar latente en un disco, lo que se revela si funciona la máquina del fonógrafo, si yo muevo una llave? ¿Insistiré en que todas las vidas, como los mandarines chinos, dependen de botones que seres desconocidos pueden apretar? Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿A dónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer? ¿No perciben un paralelismo entre los destinos de los hombres y de las imágenes?”

La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares
Gort
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