En torno a los años 1972-73 se ruedan muchísimas películas de terror en el cine español. Una de ellas es ésta, "La rebelión de las muertas", producción Profilmes con argumento y guión de Jacinto Molina, presente también en el reparto como Paul Naschy en una triple caracterización, y dirección del hispano-argentino León Klimovsky. Pese a algún acierto ocasional, como la escena onírica-satánica en la que Romy sueña con el mismísimo Satán (Naschy, por supuesto), en conjunto se trata de un bodrio, una película mala sin paliativos. El guión y el argumento remiten constantemente a un universo folletinesco con el que Klimovsky poco podía hacer, salvo darle cierto ritmo, y poco más. La historia es muy endeble, la debilidad narrativa del relato, manifiesta; y la rapidez con la que se debió rodar este film, hace el resto. Las muertas vivientes (Aurora de Alba entre ellas), que hasta se mueven al ralentí, parecen copiadas de los vampíricos ralentís de "La noche de Walpurgis" (1971), film dirigido también por Klimovsky.

Por otro lado, es evidente que la mezcla que se propone de vudú, ritos satánicos, brujería, magia negra, muertos vivientes, religiones orientales y venganzas, sumerge a la historia en un batiburrillo sin mucha coherencia, por no decir ninguna. El deforme Kantaka (Naschy, claro), ataviado de negro y cubierto a menudo con máscaras estrafalarias, parece una prefiguración del vengador de "V de vendetta" (V for Vendetta, 2005), de James McTeigue. Destaca la estimulante presencia de atractivas actrices como Romy, Mirta Miller o María Kosty. La música de Juan Carlos Calderón es como de publirreportaje televisivo, pero no sirve como banda sonora decente para un film de terror.