Cuando una película se apoya sobre un guion bien estructurado, una muy buena realización y unas actuaciones excelentes, no puede ser una mala película. Es evidente que si además el personaje central está interpretado por ese portentoso actor que ha sido Fernando Fernán Gómez, que llena la pantalla con su prodigiosa personalidad, incluso en las escenas en que está ausente, y si le añadimos unos actores totalmente acertados en todo su conjunto, y muy en particular Leonardo Sbaraglia, Adriana Ozores y la genial Geraldine Chaplin, resulta una cinta redonda.

La película trata de explicarnos, temas tan importantes como la familia, el abandono, la lucha despiadada por el poder, y sobre todo de la traición más dura y profunda porque en su momento fue realizado por el ser más cercano a nosotros, y algo mucho más importante “nuestra propia debilidad para enfrentarnos a nuestros propios deseos e inclinaciones”, de esas libertades perdidas que como fantasmas regresan a nuestra mente en los límites finales de nuestra vida.

La historia como antes se ha dicho, es compleja en su conjunto, pero no así en su síntesis: El final de la vida de una hombre enfermo terminal, que vive atormentado por una culpa del pasado que no se perdona, y que los espectadores iremos descubriendo como si de una trama de Hitchcock se tratara.