En estos momentos en que las salas de cine nos ofrecen: remakes, secuela tras secuela, adaptaciones literarias, y películas con enormes efectos especiales, pero sin grandes argumentos; es de agradecer a Patrice Leconte, que nos devuelva la fe en la capacidad creadora de los cineastas contemporáneos. En su película “El hombre del tren”, y gracias al guión de Claude Klotz, nos hace entrega de un relato sencillo, pero no por ello menos atractivo.

Una ciudad de provincias, una estación ferroviaria, un andén solitario. Un forastero desciende del tren y se cruza con un viejo maestro retirado. Hay un duelo pero no es a muerte, más bien una lección de vida en el plazo de tres días. Cada uno de los personajes carece de lo que tiene el otro pero, más que complementarse, se fascinan mutuamente. De un lado el orden, la cultura y la tradición. Del otro, la acción, el riesgo y el ir de un lado para el otro. El maestro juega con las pistolas del gángster. Este se interesa por la biblioteca de su huésped. El fantasma de la muerte, ya sea por una intervención quirúrgica o un balazo de la policía, refuerza sus vínculos. Jean Rochefort y Johnny Hallyday (muy buen trabajo el de ambos actores), erigidos en una reedición de “La extraña pareja”, necesitan pocas palabras para comunicarse. Durante esos tres días se irán conociendo un poco más, aprendiendo el uno del otro, creyendo ilusoriamente que otra vida hubiera sido posible.

El veterano director Patrice Leconte, dirige con pulso un film con aires de misterio, que a la vez contiene un valioso estudio de personajes, que notan que a sus vidas les falta algo inefable, que los otros sí tienen.

Qué grande es el cine, que nos permite aunque sea virtualmente evadirnos de nuestra realidad cotidiana.