¿No es un poco, ejem, fantástico que tres de los más letales agentes de Mossad se infiltren en Berlín, capturen a uno de los nazis más sádicos que andan sueltos y se dediquen a darle de comer papillas, llevarle al baño de la mano y a contener las lágrimas mientras el individuo, atado de pies y manos, les va hurgando en lo más hondo de su orgullo (en el caso de la chica, se puede sustituir orgullo por entrepierna) mientras los pobres angelitos reprimen sus ansias homicidas con lagrimillas de cordero degollado? Y tiene narices, porque encima el que da las papillas es Sam Worthington, cuya trayectoria no se caracteriza precisamente por interpretar a campeones de ajedrez...

¿Y esa manía por cogérsela con papel de fumar? ¿A qué viene tanta congoja 30 años más tarde? O sea, que tu gobierno te manda en misión, ejem... arriesgadilla, te la juegas para capturar al rubio, le das de comer, de beber e incluso le ayudas a que alivie su ario esfínter... y luego, como se te ha ocurrido partirle la cara y se ha fugado... pues te tiras 30 años más pálido que la cara que se nos va a quedar a nosotros cuando veamos el estado de cuentas que maneja la Junta de Andalucía... venga ya. No cuela. Me parece mucho más honesto, por ejemplo, lo que hace Tarantino en Malditos Bastardos (mato nazis porque me gusta), que ir con el cuento de que "se tiene que saber la verdad".

Eso sí, la banda sonora es brutal.