Un enamorado matrimonio, en el que él es un grave enfermo crónico, que languidece de la pena por no poder dar nada más que amor espiritual a a su señora y ella una señora de bandera que le cuida de mil amores (Miguel Ayones y Mónica Randall), para celebrar su quinto aniversario de boda en una apartada casa de la sierra madrileña, se disponen a pasar unos días, para lo cual se suben a su SEAT 131 y hacia allá que se dirigen por la N-I. Durante el corto viaje, oyen por la radio que una pareja de delincuentes que ha robado un chalet y violado “uno detrás del otro” a la dueña y andan sueltos por la zona (sin que ellos reparen ni hagan ningún comentario sobre la noticia).
Blanco y en botella, leche, pensaran alguno de ustedes, pero afortunadamente se equivocan, digo afortunadamente porque el camino que lleva hasta casi la mitad de metraje, suponiendo que hubiera ido de “pareja acosada por psicópatas” era para echarse a temblar (no porque una desconocida producción española de esa época, no hubiera resultado atractiva aunque solo fuera por su rareza, sino porque hasta el momento del primer giro de guion, parecía solo enfocada a mostrarnos las tetas de Mónica Randall).
Pues bien, cuando acabas de verla, lo que antes era alegría con el giro de guion de marras, se ha convertido en estupor ante el delirante bodrio que has visto, que no es que sea mala por su nulidad absoluta en el aspecto técnico, sino porque el guion parece escrito por un imbécil iletrado harto de Dyc.
Si estas interesado en los modelos 131 y Ronda de la casa Seat, o en ver como era el cuerpo de una señora estupenda antes de la era de la silicona y los rasurados, (eso sí, con el ojo avizor de los espectadores de la época, ya que es visto y no visto), adelante, sino ni te molestes.
Mala.