Clásico de la ciencia ficción de los 50, en la que independientemente de las segundas lecturas que se suponen siempre tienen este tipo de producciones en cuanto a equiparar la amenaza alienigena al Damocliano peligro comunista de la época (en plena caza de brujas de Joseph McCarthy), resulta muy entretenida, siempre y cuando el espectador actual no se muestre excesivamente crítico con la modestia de los efectos especiales y/o intensidad dramática del elenco actoral, y se centre en lo que de interesante tiene una historia que nos habla de marcianos apoderándose de la voluntad de los humanos (muy de moda por la época y cuya máxima referencia es aquella joyita de culto llamada "La invasión de los ultra cuerpos 1956") y de un niño luchando para convencer a los que todavía no han sido convertidos en esclavos al servicio de los marcianos, de lo real de la invasión y de la necesidad urgente de tomar medidas.

Basada en una historia de Richard Blake (ex combatiente en la Segunda Guerra Mundial y periodista) y dirigida por el prestigioso director artístico, William Cameron Menzies, cuenta con un Eastman Color, que imagino debía ser espectacular en su época (aun hoy en día se ve de maravilla), dice mucho de la habilidad de este hombre para con 4 decorados, 4 maquetas, y unos cuantos insertos de imágenes reales con soldados y tanques, dar sentido y continuidad de forma brillante a la trama, y hacer esta muy entretenida e interesante, tanto en su desarrollo como en ese final pulp con el que se nos obsequia.

En 1986, Tobe Hooper realizo un entretenido remake, en el que como curiosidad podíamos ver a Jimmy Hunt (el niño de esta que nos ocupa, que por cierto no lo hace nada mal) en el papel de jefe de policía.

En resumen, una película que cualquier buen aficionado a la ciencia ficción y/o medianamente informado de las circunstancias socio/políticas de la época en la que fue rodada, disfrutara como se merece.