Arranca con una pareja instalándose en un hotel cuando el hombre mientras se está dando una ducha se lleva de repente las manos al cuello (estando solo en la ducha) y cae muerto, para a continuación ver a el cadáver en la sala de autopsia con una erosión en el cuello y al doctor negando la teoría de la responsabilidad de la muerte por parte de un animal que esgrime el comisario, insinuando mientras le da una vieja edición en rustica del Dracula de Bram Stoker que quizá haya sido obra de un vampiro, ya que viene observando que desde 1886 (año de la muerte del barón Winninger) y cada 28 años tienen lugar una serie de muertes de similares características y que porque antes de descartar su teoría, no se da una vuelta por el castillo del barón de marras a ver qué es lo que se encuentra, dicho y hecho, hacia allá que se dirigen en plena noche el comisario, el doctor y dos policías, siendo este viaje el último de sus vidas.
Todo esto a modo de presentación durante los primeros minutos, a partir de aquí tenemos una entretenida y original película de vampiros de los de toda la vida, poseedora de una cierta atmosfera “Hammer”, escrita y dirigida por el ecléctico y buen artesano, José Luis Madrid, (Jack el destripador de Londres 1971, con Paul Naschy), en base a las habilidades y look del vampiro y bisnieto, a unos diálogos resultones, a algún que otro despelote de teutonas de muy buen ver y a los bellamente fotografiados paisajes nevados de Stuttgart, que no es ni mucho menos el castañazo que me temía ante la absolutamente errada sinopsis (ni turista, ni Torremolinos, ni autopista, eso sí, con lo de “vampiro” han acertado) y que definiría como una rareza que merece un visionado.