La directora Agnieszka Holland nos ofrece un film que gira alrededor de la religión, y más concretamente sobre la santidad, lo que hace que una persona sea santa. Frank Shore (Ed Harris) es una especie de investigador de la iglesia de milagros, o mejor dicho de fraudes. A pesar que se convirtió en sacerdote por un acto de fé, la esperiencia y el destape de ciertos fraudes le ha convertido en un esceptico. De esta forma, es enviado al barrio de Queens a investigar a Helen Stephendon, una mujer a la que se le atribuyen dos milagros en vida, y ahora que ha muerto parece ser que una imagen de la virgen derrama lágrimas de sangre.

El film casi está planteado como un relato detectivesco, en el que los investigadores tienen un pasado que vamos conociendo a medida que avanza la película. La directora nos ofrece una trama cercana al cine negro pero con alzacuellos en lugar de detectives y biblias en lugar de pistolas. A todo ello le dota de una cierta trascendencia con preguntas acerca de la fé y de la santidad, pero sin entrar en profundidad, ya que el verdadero personaje que le interesa retratar es del Shore, un desencantado de la fé y de la iglesia, y por extensión de la sociedad (de hecho la primera vez que le vemos lo había dejado todo y estaba en un centro de acogida), al que se le ofrece investigar acerca del milagro, precisamente por su falta de fé, y que a las dudas existencias se le suman otras dudas carnales en la figura de la hija de la investigada (interpretada por Anne Heche).

Por lo menos Holland evita realizar un film excesivamente denso, como concesión a la taquilla, y cuenta con la convincente interpretación de Ed Harris como principal atractivo para ver el film.