Es mi género favorito, y está muerto, hasta que alguien se decida a resucitarlo.
La taquilla, para bien y para mal, siempre manda, y durante los últimos tres años ha quedado bien claro que los espectadores ya no quieren ver aventuras de guerreros, princesas y combates a espada y arco (300 es la excepción que confrma la regla, aunque no sé si es correcto incluirla como película épica). Tristán e Isolda es la penúltima prueba estrenada de lo que digo.
El porqué estas películas que antes gozaban de tan buena aceptación han dejado de gustar al público es una cuestión digna de estudio, pero de lo que no cabe la menor duda es de que el género ha cavado un poquito su propia tumba por varias razones. En vez de seguir el camino de la película que resucitó el género allá por el año 2000, Gladiator, se ha apostado por hacerlo todo más convencional y digerible para las masas, y el riesgo de los argumentos ha desaparecido. Si a todo ésto le sumanos que ni Kevin Reynolds, ni Doug Lefler, ni Wolfgang Petersen son el maestro Ridley Scott, pues el resultado son películas en ocasiones muy desaprovechadas.
En cuanto a la que hoy me ocupa, Tristán e Isolda, sólo decir que su apuesta por crear una leyenda casi totalmente nueva (¿dónde está el filtro de amor? ¿Y el exilio en el bosque? ¿Y el juramento de Isolda?) pedía a gritos una puesta en escena algo más violenta y tal vez diez minutos más de metraje. Es yuna buena película, pero al igual que La última legión, es algo sosa, y se queda muy lejos de las aportaciones al género de Scott y Antoine Fuqua. Se agradece sin embargo su excelente factura, su tratamiento de la historia de amor, menos convencional de lo que cabía esperar, y su reparto (eficaces Sophia Myles y James Franco, excelente Rufus Sewell en el mejor personaje de la película).
Es una pena que la gente vaya a ver en masa cosas como Noche en el museo e ignore películas como ésta, pero la épica necesita de una renovación a fondo. Y pronto.

Lo mejor: Rufus Sewell, la fotografía y el diseño de producción.
Lo peor: Le falta ese "algo" que tenía Gladiator, y que no era otra cosa que grandiosidad (que no grandilocuencia, como en Troya).