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Voto de Talibán:
5
7,1
2.019
Drama
La vida de Jeanne Dielman, una joven viuda con un hijo, sigue un orden inmutable: mientras el muchacho está en la escuela, ella se ocupa de las tareas domésticas por la mañana y ejerce la prostitución por la tarde. (FILMAFFINITY)
5 de diciembre de 2022
80 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra clave de la “Nouvelle Vague” no es “Los cuatrocientos golpes” ni “A bout de Souflle”, sino “Cléo de 5 a 7”. El cine independiente norteamericano nace con Barbara Loden, no con John Cassavettes. Los noventa se recordarán por “El piano” y “Daughters of the dust”, en vez de por la madurez de Clint Eastwood, la irrupción de los Coen, Tim Burton, el auge del cine chino, o la vuelta de Malick. “Las Margaritas” de Vera Chytilova no es una impertinencia juguetona y sin más consecuencias, sino el film clave de las nuevas olas de los sesenta. La película que revoluciona el cine del Siglo XX es “Retrato de una mujer en llamas” de Céline Sciamma, estrenada hace apenas dos años. Y la obra definitiva del cine francés, hacia la que convergen tanto sus tradiciones sus como sus vanguardias y desde la que se proyecta a la eternidad no es “La Regla del juego”, ni siquiera “L’Atalante”, sino “Beau Travail”.
La profesión con menor proporción de mujeres con respecto a hombres ha sido la de crítico de cine, desconozco la razón. Hay muchas más mujeres cineastas que mujeres analistas del cine, a pesar de Pauline Kael. ¿La lista de Sight and Sound del año 2022 es un reflejo de que esto ya no es así? Es posible que este año haya existido un afán especial por respetar porcentajes igualitarios de los votantes, no sólo en el sexo, también en otros aspectos. Sin embargo mi impresión, que es una especulación sin más, es que esto no ha sido decisivo y que, de hecho, es muy posible que ésta haya sido una lista confeccionada esencialmente por hombres.
Si muchos críticos han decidido, individualmente y sin condicionamientos previos, que en sus listas de 10 deben incluir una cuota femenina para favorecer la visibilidad -insisto que esto es una especulación sin más- es perfectamente lógico que el resultado final haya sido el descrito en el primer párrafo, puesto que la proporción de películas dirigidas por mujeres a lo largo de la historia no es de 7 a 3, ni de 8 a 2, ni de 9 a 1, que es más o menos la relación que arroja la lista, sino, por decir algo, de diez mil a 1. Las matemáticas hacen el resto.
Sin embargo, si no ha sido así, si cada crítico ha votado sencillamente sus preferidas, sólo hay dos opciones: o la crítica ha cambiado mucho o los cinéfilos hemos estado hasta ahora condicionados por una visión masculina de la historia del cine, que es la teoría que sostiene Mark Cousins.
Es absurdo hablar de esta lista como producto de un organismo homogéneo, puesto que es el resultado de una votación masiva. A pesar de eso, sí es verdad que, tercera vez que repito que esto es una especulación, parece existir una voluntad concreta de carácter levemente revisionista. Una voluntad de sujetar estas votaciones, de manera oficiosa, a las mismas normas que de manera oficial imperan en las candidaturas de los premios Oscar. Bien, es decisión soberana de la actual comunidad cinematográfica y ahora toca cambiar los Diccionarios y Libros de Historia del Cine.
La profesión con menor proporción de mujeres con respecto a hombres ha sido la de crítico de cine, desconozco la razón. Hay muchas más mujeres cineastas que mujeres analistas del cine, a pesar de Pauline Kael. ¿La lista de Sight and Sound del año 2022 es un reflejo de que esto ya no es así? Es posible que este año haya existido un afán especial por respetar porcentajes igualitarios de los votantes, no sólo en el sexo, también en otros aspectos. Sin embargo mi impresión, que es una especulación sin más, es que esto no ha sido decisivo y que, de hecho, es muy posible que ésta haya sido una lista confeccionada esencialmente por hombres.
Si muchos críticos han decidido, individualmente y sin condicionamientos previos, que en sus listas de 10 deben incluir una cuota femenina para favorecer la visibilidad -insisto que esto es una especulación sin más- es perfectamente lógico que el resultado final haya sido el descrito en el primer párrafo, puesto que la proporción de películas dirigidas por mujeres a lo largo de la historia no es de 7 a 3, ni de 8 a 2, ni de 9 a 1, que es más o menos la relación que arroja la lista, sino, por decir algo, de diez mil a 1. Las matemáticas hacen el resto.
Sin embargo, si no ha sido así, si cada crítico ha votado sencillamente sus preferidas, sólo hay dos opciones: o la crítica ha cambiado mucho o los cinéfilos hemos estado hasta ahora condicionados por una visión masculina de la historia del cine, que es la teoría que sostiene Mark Cousins.
Es absurdo hablar de esta lista como producto de un organismo homogéneo, puesto que es el resultado de una votación masiva. A pesar de eso, sí es verdad que, tercera vez que repito que esto es una especulación, parece existir una voluntad concreta de carácter levemente revisionista. Una voluntad de sujetar estas votaciones, de manera oficiosa, a las mismas normas que de manera oficial imperan en las candidaturas de los premios Oscar. Bien, es decisión soberana de la actual comunidad cinematográfica y ahora toca cambiar los Diccionarios y Libros de Historia del Cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Tampoco hay que exagerar, ni tomarnos todo esto tan en serio.
“Jeanne Dielman” venía saliendo en todas las listas desde que se estrenó y es una película de enorme influencia y prestigio. Se trata de una obra encadenada a una idea, a una sola. Para verla es imprescindible ser consciente de que Chantal Akerman no intenta exactamente contar una historia, sino más bien reflejar un ánimo, tomando al espectador como rehén. Cuando la vi, hace unos veinte años, alguien comentó a la salida que era imprescindible verla en una sala de cine, porque no existía en ellas el botón de avance rápido. Por cierto, fue una mujer.
Bromas aparte, me resulta difícil hablar de ella sin utilizar términos que connoten cierta pedantería, como “propuesta”, “radical”, “experimentación” o “arriesgado”. Sí me pareció digna de respeto, con algunos momentos brillantes, como el plano del tijeretazo. Me intrigó por qué Delphine Seyrig no hace las tareas domésticas como un ama de casa real sino más bien como un envarado maestro de ceremonias y me dieron varias explicaciones a la salida de la proyección: unos decían que se comportaba como un autómata sin sentimientos, otros como un cadáver en vida. Mi comentario de que se parecía a una sacerdotisa en pleno ritual -mencioné al último Melville- tuvo sus partidarios. Todos convinimos también en Bresson, Godard y Ozu.
Andy Warhol rodó en plano fijo el Empire State durante ocho horas y habrá quien haya votado esta idiotez en Sight and Sound (con total seguridad el que haya conseguido verla entera). Lo que ofrece “Jeanne Dielman” es muy distinto, a partir de la concepción de rodar una película con los retales de la vida que jamás se filman, que se excluyen de los guiones y los montajes, y de la forma que jamás se filman, obligándonos a observar lo que nadie observa. Es mucho más elaborado e interesante, precisamente porque sitúa el centro de su enunciado en la observación de lo anormal dentro de la aparente normalidad, pero incluso si se comprende o acepta, no es imprescindible que te guste. Para mí -que entiendo que el “cine de mujeres”, que no el “cine sobre mujeres”, es una categoría tan artificial como el “cine de las personas que miden más de uno noventa” y ni entro a valorar si en general me gusta o no me gusta- está muy lejos de ser la nueva “Ciudadano Kane”. Y si se empeña el mundo entero en decirlo, en escribirlo, en enseñarlo, pues yo seguiré diciendo que no, sea un hombre o una mujer quien la haya rodado.
“Jeanne Dielman” venía saliendo en todas las listas desde que se estrenó y es una película de enorme influencia y prestigio. Se trata de una obra encadenada a una idea, a una sola. Para verla es imprescindible ser consciente de que Chantal Akerman no intenta exactamente contar una historia, sino más bien reflejar un ánimo, tomando al espectador como rehén. Cuando la vi, hace unos veinte años, alguien comentó a la salida que era imprescindible verla en una sala de cine, porque no existía en ellas el botón de avance rápido. Por cierto, fue una mujer.
Bromas aparte, me resulta difícil hablar de ella sin utilizar términos que connoten cierta pedantería, como “propuesta”, “radical”, “experimentación” o “arriesgado”. Sí me pareció digna de respeto, con algunos momentos brillantes, como el plano del tijeretazo. Me intrigó por qué Delphine Seyrig no hace las tareas domésticas como un ama de casa real sino más bien como un envarado maestro de ceremonias y me dieron varias explicaciones a la salida de la proyección: unos decían que se comportaba como un autómata sin sentimientos, otros como un cadáver en vida. Mi comentario de que se parecía a una sacerdotisa en pleno ritual -mencioné al último Melville- tuvo sus partidarios. Todos convinimos también en Bresson, Godard y Ozu.
Andy Warhol rodó en plano fijo el Empire State durante ocho horas y habrá quien haya votado esta idiotez en Sight and Sound (con total seguridad el que haya conseguido verla entera). Lo que ofrece “Jeanne Dielman” es muy distinto, a partir de la concepción de rodar una película con los retales de la vida que jamás se filman, que se excluyen de los guiones y los montajes, y de la forma que jamás se filman, obligándonos a observar lo que nadie observa. Es mucho más elaborado e interesante, precisamente porque sitúa el centro de su enunciado en la observación de lo anormal dentro de la aparente normalidad, pero incluso si se comprende o acepta, no es imprescindible que te guste. Para mí -que entiendo que el “cine de mujeres”, que no el “cine sobre mujeres”, es una categoría tan artificial como el “cine de las personas que miden más de uno noventa” y ni entro a valorar si en general me gusta o no me gusta- está muy lejos de ser la nueva “Ciudadano Kane”. Y si se empeña el mundo entero en decirlo, en escribirlo, en enseñarlo, pues yo seguiré diciendo que no, sea un hombre o una mujer quien la haya rodado.