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Voto de Talibán:
4
8,2
169.412
Drama
Gran Bretaña, en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de ... [+]
13 de febrero de 2013
87 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al ser un intelectual católico, Anthony Burgess está convencido de que la esencia del comportamiento humano es el libre albedrío. Él ha sugerido muchas veces que la tesis de “La Naranja Mecánica” es una obviedad para todo católico: no tiene sentido el Bien si no existe la libertad de hacer el Mal. Alex es un chaval de 15 años y Burgess está hablando fundamentalmente –aunque de una manera metafórica- de la educación, su necesidad, su abuso y su degradación.
En la película, Alex es un adulto casi formado, quizás no hubo otra opción por el momento en que se hizo, pero la película es la que vemos y no otra. La alteración es muy significativa porque ayuda a Kubrick, como cientificista moral que es, a llevar el dilema a un escenario abstracto completamente neutro. A pesar de ser una adaptación casi literal, al director le importa más dejar claro que el problema clave no es de libertad de elección, sino de identificación: qué es el Mal. Y si existe la convención de que es rechazable, el espectador debe responderse a sí mismo por qué disfruta con las escenas de violencia extrema. O por qué le cae simpático Alex. “La Naranja Mecánica” siempre me pareció una película cuyo tema central es una supuesta reflexión sobre el uso estético de la maldad, en la que el espectador está forzado a comprometerse.
En la película, Alex es un adulto casi formado, quizás no hubo otra opción por el momento en que se hizo, pero la película es la que vemos y no otra. La alteración es muy significativa porque ayuda a Kubrick, como cientificista moral que es, a llevar el dilema a un escenario abstracto completamente neutro. A pesar de ser una adaptación casi literal, al director le importa más dejar claro que el problema clave no es de libertad de elección, sino de identificación: qué es el Mal. Y si existe la convención de que es rechazable, el espectador debe responderse a sí mismo por qué disfruta con las escenas de violencia extrema. O por qué le cae simpático Alex. “La Naranja Mecánica” siempre me pareció una película cuyo tema central es una supuesta reflexión sobre el uso estético de la maldad, en la que el espectador está forzado a comprometerse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Personalmente acepto sin problemas el envite. Mi opinión sobre esta película, y en eso creo coincidir con todos los que la adoran, no se basa en una cuestión moral, sino estrictamente artística. No comulgo con lo que Kubrick piensa que es estéticamente atractivo. “La Naranja Mecánica” me parece un compendio de propuestas visuales tramposas y efectistas. Es posible –es más, es seguro- que me sienta atraído por la representación artística de la abyección, pero apelo a mi libre albedrío para decidir que en esta película la abrumadora oferta técnica sirve de coartada para un trabajo de puesta en escena falto de auténtica imaginación.
Además, creo que Kubrick hace trampas en el solitario, en especial cuando en la segunda parte muestra otro tipo de maldad, más consciente, institucionalizada y socialmente respetada. ¿Han notado que aquí el discurso estético cambia? Al socaire de las antipatías del director por el “establishment”, de repente el mal y la violencia se muestran como repugnantes sin más, y se sirve de lo grotesco para expresar distanciamiento e ironía. Es muy lógico que sea la película favorita de David Lynch, puesto que éste es un procedimiento habitual en sus obras.
La secuencia de la representación pública de la curación es muy significativa. Partiendo de la confrontación entre el Derecho positivo y Derecho natural (el gobierno y el sacerdote), la obsesión de Kubrick por no apoyar el punto de vista de ninguno de los personajes le lleva a rebajarlos, caricaturizarlos y convertirlos en, efectivamente, grotescos. De esa forma, ni siquiera muestra el conflicto sobre el libre albedrío, más bien arroja una fatua mirada de superioridad sobre él.
Reconozco que esa mirada esperpéntica, quizás inspirada por el Fellini más agresivo y pesimista, puede ser coherente en la medida en que se quiere diferenciar estéticamente ambas secciones de la película ya que su protagonista actúa primero como sujeto y luego como objeto de la violencia. A mí no me convence porque inunda toda la segunda parte de “La Naranja Mecánica” y no deja espacio alguno a la mirada del espectador, con lo que no sólo se elimina a mi entender la riqueza que suele proporcionar la sugerencia, sino que me temo que se obtiene el efecto contrario que nominalmente persigue Kubrick. Todos los personajes son unos canallas, cierto, pero es más que eso: todos son idiotas. Eso puede ser científicamente irrebatible para Kubrick, pero convendrán conmigo que es muy desagradable de aceptar.
Además, creo que Kubrick hace trampas en el solitario, en especial cuando en la segunda parte muestra otro tipo de maldad, más consciente, institucionalizada y socialmente respetada. ¿Han notado que aquí el discurso estético cambia? Al socaire de las antipatías del director por el “establishment”, de repente el mal y la violencia se muestran como repugnantes sin más, y se sirve de lo grotesco para expresar distanciamiento e ironía. Es muy lógico que sea la película favorita de David Lynch, puesto que éste es un procedimiento habitual en sus obras.
La secuencia de la representación pública de la curación es muy significativa. Partiendo de la confrontación entre el Derecho positivo y Derecho natural (el gobierno y el sacerdote), la obsesión de Kubrick por no apoyar el punto de vista de ninguno de los personajes le lleva a rebajarlos, caricaturizarlos y convertirlos en, efectivamente, grotescos. De esa forma, ni siquiera muestra el conflicto sobre el libre albedrío, más bien arroja una fatua mirada de superioridad sobre él.
Reconozco que esa mirada esperpéntica, quizás inspirada por el Fellini más agresivo y pesimista, puede ser coherente en la medida en que se quiere diferenciar estéticamente ambas secciones de la película ya que su protagonista actúa primero como sujeto y luego como objeto de la violencia. A mí no me convence porque inunda toda la segunda parte de “La Naranja Mecánica” y no deja espacio alguno a la mirada del espectador, con lo que no sólo se elimina a mi entender la riqueza que suele proporcionar la sugerencia, sino que me temo que se obtiene el efecto contrario que nominalmente persigue Kubrick. Todos los personajes son unos canallas, cierto, pero es más que eso: todos son idiotas. Eso puede ser científicamente irrebatible para Kubrick, pero convendrán conmigo que es muy desagradable de aceptar.