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Voto de Talibán:
8
7,8
9.112
Drama
Década de los 50, en una pequeña ciudad de Texas. Los jóvenes amigos Sonny y Duane y la guapa Jacy son tres adolescentes insatisfechos y aburridos, espectadores de sus propias vidas en una localidad encerrada en sí misma en la que no hay mucho que hacer. Todo es un sueño inmóvil que se desarrolla entre un viejo cine, un salón de billar y un café abierto toda la noche. (FILMAFFINITY)
2 de marzo de 2020
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cura que me enseñó a ver películas era de Ciencias. Si hubiese sido de Letras posiblemente habría tomado el molde aristotélico para sus análisis, pero lo suyo era la Química y la Biología. Para él, las películas eran un producto físico que cubría distintas capas a las que había que seguir la pista hasta llegar al foco inicial que le daba vida.
Me hubiera gustado saber su opinión sobre “La última película”, ese adagio elaborado con materiales como la decadencia física, la nostalgia, la crueldad de la madurez y la pérdida en general. Me hubiera gustado que nos preguntase qué había debajo de todo. Las películas muestran una historia pero en realidad cuentan otra. ¿Qué está contando de verdad “La última película”, Talibán? ¿Qué hay dentro de la última muñeca rusa?
Me hubiera gustado saber su opinión sobre “La última película”, ese adagio elaborado con materiales como la decadencia física, la nostalgia, la crueldad de la madurez y la pérdida en general. Me hubiera gustado que nos preguntase qué había debajo de todo. Las películas muestran una historia pero en realidad cuentan otra. ¿Qué está contando de verdad “La última película”, Talibán? ¿Qué hay dentro de la última muñeca rusa?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En 1971 las películas se hacían ya de otro modo, quizás se haya perdido la perspectiva, o se piense que “El Padrino” representaba al cine de su tiempo. “La última película” no sería tan desoladora si no estuviese dirigida por una persona que mira el presente de la profesión que ha escogido con tanto desánimo.
De esta forma, el hecho de que Bogdanovich se decidiese por Ben Johnson para el papel de Sam el León, y que cerrase la escena de su entierro con un magnífico corte primer plano/gran panorámica que parece sacado de cualquier película de Jonh Ford, no son, como se suele decir, guiños al cine que amaba, son la auténtica línea medular de “La última película”.
Ya que es eso lo que está contando Bogdanovich, el fin de una manera de hacer las películas, dándole la vuelta al juego literario del relato de McMurtry. El cierre definitivo de la sala de cine no aparece como metáfora del fin del mundo rural que tanto amaba el novelista: es este universo temático el que sirve de metáfora a Bogdanovich para filmar un funeral, tardío, lleno de amargura y carente de nostalgia -digno del protagonista de “El gran Gatsby”- del cine norteamericano, de su fallecida capacidad para narrar historias, para describir personajes con una mirada, para crear atmósferas únicas e identificables, para conmover sin elevar la voz, para hacer que un plano fijo sea una unidad de emoción.
Bogdanovich tenía razón. La muerte o jubilación de los grandes maestros supuso el final del gran cine americano, acabado por pura desaparición biológica, y Sam el León no tenía sucesor posible. Anarene es sólo un recuerdo, la suplantó otra ciudad llena de ejecutivos llamada Texasville. Y, como el abogado Abe, como Wyatt Earp, como Nathan Brittles, nos queda dialogar con la tumba de los que se fueron.
De esta forma, el hecho de que Bogdanovich se decidiese por Ben Johnson para el papel de Sam el León, y que cerrase la escena de su entierro con un magnífico corte primer plano/gran panorámica que parece sacado de cualquier película de Jonh Ford, no son, como se suele decir, guiños al cine que amaba, son la auténtica línea medular de “La última película”.
Ya que es eso lo que está contando Bogdanovich, el fin de una manera de hacer las películas, dándole la vuelta al juego literario del relato de McMurtry. El cierre definitivo de la sala de cine no aparece como metáfora del fin del mundo rural que tanto amaba el novelista: es este universo temático el que sirve de metáfora a Bogdanovich para filmar un funeral, tardío, lleno de amargura y carente de nostalgia -digno del protagonista de “El gran Gatsby”- del cine norteamericano, de su fallecida capacidad para narrar historias, para describir personajes con una mirada, para crear atmósferas únicas e identificables, para conmover sin elevar la voz, para hacer que un plano fijo sea una unidad de emoción.
Bogdanovich tenía razón. La muerte o jubilación de los grandes maestros supuso el final del gran cine americano, acabado por pura desaparición biológica, y Sam el León no tenía sucesor posible. Anarene es sólo un recuerdo, la suplantó otra ciudad llena de ejecutivos llamada Texasville. Y, como el abogado Abe, como Wyatt Earp, como Nathan Brittles, nos queda dialogar con la tumba de los que se fueron.