Media votos
5,4
Votos
2.838
Críticas
125
Listas
43
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Talibán:
7
7,0
2.937
Aventuras
Harry, un oficial británico, decide abandonar el ejército antes de que su regimiento se embarque con rumbo a Egipto para luchar contra los rebeldes. Su prometida y tres compañeros de armas le envían cuatro plumas blancas que simbolizan la cobardía. A partir de ese momento, Harry emprende peligrosas aventuras con el fin de poder devolver las plumas y recuperar el honor perdido. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2014
45 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
De pequeño, a veces mi madre me llevaba al cine, y a veces le tocaba a mi padre. Disculpen el inicio tan personal, las explicaciones vendrán más tarde.
La cuestión es que mi madre me llevaba a películas de sesión numerada y mi padre a sesiones continuas. Si la vida fuese como un telefilme, este pequeño detalle bastaría para que ni siquiera se hubiesen casado; yo diría que muchas parejas de hoy, no sé si por influencia de las series, creen en este tipo de paparruchas.
La explicación es muy simple: a mi madre le encantaba el cine, y mi padre se dormía con las películas, con cualquier película, de manera que me llevaba a la hora que a él le convenía, que jamás era cuando empezaba la sesión, sino a la mitad, y me conducía a casa antes de que acabara la siguiente.
Creo que mi personalidad como espectador se ha forjado en esta época, viendo la mitad de las películas desde el inicio y la otra mitad con el orden de los factores invertido, primero el final y luego el principio. Así, he heredado la vertiente emocional de mi madre –que literalmente sigue una película suspendida del hilo argumental, huyendo a la cocina cuando sospecha que el bueno va a ser secuestrado por los malos- y la faceta analítica de mi padre, obligado a dar un sentido a las piezas cuyo origen él mismo se había negado por simple pereza. Gracias a eso, era capaz de averiguar sin esfuerzo exactamente lo que iba a pasar en una película, un minuto antes de volver a dormirse y dejarnos a todos pasmados por su indiferencia y su capacidad profética.
La cuestión es que mi madre me llevaba a películas de sesión numerada y mi padre a sesiones continuas. Si la vida fuese como un telefilme, este pequeño detalle bastaría para que ni siquiera se hubiesen casado; yo diría que muchas parejas de hoy, no sé si por influencia de las series, creen en este tipo de paparruchas.
La explicación es muy simple: a mi madre le encantaba el cine, y mi padre se dormía con las películas, con cualquier película, de manera que me llevaba a la hora que a él le convenía, que jamás era cuando empezaba la sesión, sino a la mitad, y me conducía a casa antes de que acabara la siguiente.
Creo que mi personalidad como espectador se ha forjado en esta época, viendo la mitad de las películas desde el inicio y la otra mitad con el orden de los factores invertido, primero el final y luego el principio. Así, he heredado la vertiente emocional de mi madre –que literalmente sigue una película suspendida del hilo argumental, huyendo a la cocina cuando sospecha que el bueno va a ser secuestrado por los malos- y la faceta analítica de mi padre, obligado a dar un sentido a las piezas cuyo origen él mismo se había negado por simple pereza. Gracias a eso, era capaz de averiguar sin esfuerzo exactamente lo que iba a pasar en una película, un minuto antes de volver a dormirse y dejarnos a todos pasmados por su indiferencia y su capacidad profética.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Mi madre sigue devorando cine, aunque sólo películas antiguas que ya ha visto cientos de veces; mi padre y yo hemos hecho un cálculo aproximado y la lista de títulos que constituyen su menú cinéfilo, que era de unos treinta hace unos años, actualmente se reduce a una docena. Por azar (o no) la película más moderna de ese catálogo es exactamente del año de mi nacimiento.
Mi padre se sigue durmiendo. Me suelo enfadar cuando le pregunto si ha visto por fin una secuencia concreta de “Las cuatro plumas” –uno de los doce títulos que mi madre repone semanalmente- y responde que no. Es una de las escenas más hermosas que recuerdo, tan breve que casi no es una escena sino un momento, a cargo de Ralph Richardson, o mejor dicho, de sus ojos ciegos, que nos miran con una mezcla de hombría, templanza, turbación pudorosamente sofocada, y despedida noblemente asumida un segundo antes de pronunciar las siguientes palabras: “El teniente Harry Faversham”. En una cosa coincidiré siempre con mi madre: no es posible encontrar trozos de cine filmados con tal intensidad y modestia en fechas posteriores a mi nacimiento.
“Me parece que he visto la película entera, salvo esa escena”, me dice con inseguridad mi padre, puesto que suele despertarse una o dos veces en mitad de la sesión, de forma que a lo largo de los años ha ido reconstruyendo “Las cuatro plumas” a partir de los fragmentos de celuloide desperdigados por sus vigilias. No sé por qué intuyo yo que esa omisión no es del todo casual.
Inexorablemente la lista que hoy es de doce acabará siendo de una sola y mi padre está convencido de que la elegida será “Las cuatro plumas”. En fin, por una simple maldición estadística, en uno de sus breves y ocasionales desvelos se topará con la condenada escena. Cuando esto ocurra ha prometido llamarme; y así le dejaremos dormir en paz de una vez.
Mi padre se sigue durmiendo. Me suelo enfadar cuando le pregunto si ha visto por fin una secuencia concreta de “Las cuatro plumas” –uno de los doce títulos que mi madre repone semanalmente- y responde que no. Es una de las escenas más hermosas que recuerdo, tan breve que casi no es una escena sino un momento, a cargo de Ralph Richardson, o mejor dicho, de sus ojos ciegos, que nos miran con una mezcla de hombría, templanza, turbación pudorosamente sofocada, y despedida noblemente asumida un segundo antes de pronunciar las siguientes palabras: “El teniente Harry Faversham”. En una cosa coincidiré siempre con mi madre: no es posible encontrar trozos de cine filmados con tal intensidad y modestia en fechas posteriores a mi nacimiento.
“Me parece que he visto la película entera, salvo esa escena”, me dice con inseguridad mi padre, puesto que suele despertarse una o dos veces en mitad de la sesión, de forma que a lo largo de los años ha ido reconstruyendo “Las cuatro plumas” a partir de los fragmentos de celuloide desperdigados por sus vigilias. No sé por qué intuyo yo que esa omisión no es del todo casual.
Inexorablemente la lista que hoy es de doce acabará siendo de una sola y mi padre está convencido de que la elegida será “Las cuatro plumas”. En fin, por una simple maldición estadística, en uno de sus breves y ocasionales desvelos se topará con la condenada escena. Cuando esto ocurra ha prometido llamarme; y así le dejaremos dormir en paz de una vez.