De nuevo caigo en las garras del Cine de oro mexicano, en sus melodramas entramados, lo trágico de sus historias y las actuaciones soberbias. La diva Dolores del Río llena por sí sola la pantalla y demuestra que no le pide nada a nadie en cuanto al desarrollo de un carácter. Gavaldón, como es acostumbrado en su metódica, realiza una magnífica puesta en escena que da lugar a la opresión y hace aumentar el conflicto interior de la protagonista hasta lo insostenible. No se puede no hablar de la calidad de las escenas que, por medio de una excelente fotografía y lo cuidado de los diálogos, transita entre lo sublime y lo maravilloso.
Otra muestra más, de las muchas que existen, del gran cine que se hizo en México.