Un testimonio puede ser tan explícito o implícito dependiendo de la forma en que lo miremos. En sus palabras podemos adivinar el dolor oculto o la serenidad que te dan los años. En las miradas se puede advertir el llanto contenido o, por el contrario, ver los surcos que las lágrimas han dejado en sus rostros. En las risas escuchas dolor reprimido o también alegría truncada. En sus gestos está la duda, pero también habita la esperanza.

Todo el ambiente está poblado de porqués. Hay ignorancia, pero también sabiduría. Tienen que continuar con sus vidas, por duro y difícil que sea. Todos los días recordando, llevando una doble vida. Alimentando el recuerdo de sus muertos, ésos que se llevaron una parte de los que se quedaron. En esa tierra tienen puesta su fe, ahora sin armas, tan solo con sus secas manos. Las secuelas de la guerra están presentes para no olvidar que alguna vez hubo una, para que no se repita dicen, para no volver a un camino ya andado.

No es necesario el amarillismo (prensa sensacionalista) o mostrar el dolor crudo y la desgracia ajena para entender la crueldad de un conflicto bélico. Basta con una hermosa fotografía a la par de unas voces en off que nos cuenten lo que ha sido para ellas el sinsetido de una guerra. Esas voces no se apagan, van dejando eco a su paso. Debo confesar que poco o nada sabía acerca de la Guerra del Salvador, tan solo pequeñas referencias. Hoy sé que las frías cifras hablan de 80, 000 muertos, los otros daños (psicológicos, emocionales y demás) son incontables e irreparables.