Basada en la polémica novela de Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin plantea una pregunta muy delicada: ¿y si tu hijo tuviera un trastorno psicológico y su único deseo es hacer daño? ¿Y si tu hijo naciera con el único propósito de hacer daño a su madre? Difícil pregunta que puede ser respondida de manera tópica, o como lo hace esta película.
Lo curioso de Tenemos que hablar de Kevin es que no está enfocada desde el trastorno del hijo, sino del de la madre. El primer cuarto de hora de la película es una serie de imágenes inconexas que nos sumergen en la mente deprimida de la madre; este primer tramo de la película es un rompecabezas cuyas piezas tendrán sentido conforme avance la película. Hay que tener paciencia en este primer tramo, porque nunca hacemos tierra ni sabemos bien de qué se nos está hablando, pero puedo asegurar que la recompensa posterior merece la pena. Cuando la historia va encajando, entendemos el profundo dolor de una madre y el espeluznante comportamiento de un hijo manipulador, violento e insensible.
No estamos ante un drama al uso. Lynne Ramsay huye constantemente de cualquier tópico, desde la estructura hasta el retrato psicológico de los personajes. A veces puede resultar desconcertante e incluso un poco retorcido el planteamiento, pero termina siendo de una extraña y estremecedora eficacia. Además, contar con Tilda Swinton siempre es garantía de éxito.
Aunque tal vez sea un poco fría, Tenemos que hablar de Kevin aborda una realidad dolorosa e incluso tabú. Lanza muchos interrogantes y deja espacios para un debate intenso. Su planteamiento es muy interesante y no deja indiferente. Puede que no emocione, pero seguro que impacta. Ante todo, es una película diferente, difícil de etiquetar.