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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Voto de Jean Ra:
7
Drama El director Gaspard Bazin está preparando un nuevo largometraje y organiza castings para elegir a los figurantes. Por ahora se encuentra en proceso de financiación. Hizo un llamamiento a Jean Almereyda, un antiguo productor de moda venido a menos al que le cuesta cada vez más conseguir financiación para arrancar sus proyectos. Por su parte su esposa, Eurídice, sueña con ser una estrella de cine. Mientras Almereyda arriesga su vida para ... [+]
23 de febrero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo y que la presente obra se podría ubicar en una etapa menos radical de Godard, no hay duda que no es un bocado accesible a cualquier paladar. En ella Godard todavía aceptaba ciertas ilusiones como los personajes de ficción o un estilo visual más o menos ortodoxo. Más adelante derivaría hacia el ensayo fílmico, cercano a Chris Marker, y con experimentos en el formato de la imagen cuanto menos extraños. Curiosamente en no pocas webs se cataloga a esta "Grandeza y decadencia" de thriller y policíaca, cuando en verdad se trata de una especie de una especie de making of fictictio y satírico dónde vemos el proceso de preparación de una novela negra, la cual es abiertamente despreciada por el director. Es una mirada al mundo del cine independiente, que aquí se nos muestra sin glamour alguno, más bien como una maquinaria embrutecedora que tritura a todo aquél que entra en ella. No es más que una empresa mercantil más y por eso vemos como se pagan cosas, se calculan deducciones y costes, como los actores que hacen pruebas de casting son tratados como piezas de una cadena de montaje e incluso como ganado, el productor está ahogado por las dudas y las deudas y el director parece al borde de la demencia. Sólo una actriz, que puede simbolizar la belleza, se libra de la criba. Se nos dice que el cine es una fábrica de sueños, pero en verdad se impone la fábrica por encima de los sueños.

Por tal de anular la representación clásica, Godard rescata algunos recursos de sus obras anteriores como los fallos de sonorización, los diálogos que se solapan, cortes bruscos, elipsis raras y otros efectos para distanciarnos de la noción de ficción y recordar que estamos viendo un artificio. En ciertos puntos Godard llega a pausar la imagen y a simular errores de transmisión (la obra estaba pensada para la televisión) que años más tarde serían imitados por Tarantino, gran admirador de JLG, en su "Death proof". En esta ocasión, además, el making of ficticio se atreve a empujar más allá los límites y llega al punto que de la novela adaptada sólo conocemos algunas frases que los actores del casting van diciendo a veces. Ni una escena se nos representa para distraernos. Siendo así, es lógico que no pocos espectadores acaben hartos e irritados de las maniobras de su director, especialmente con ésa última gran rueda de casting del tercio final, que parece que no acabará nunca. En lo que a mí respecta, quizá porque ya conocía otras obras de este periodo de Godard, estaba prevenido de sus posibles travesuras y entendí el propósito de la broma: vi un artefacto juguetón que señala la agonía de un modelo artesanal de facturar obras audiovisuales.

Seguro que hay formas más razonables y tangibles de ofrecer todo lo anterior, en mostrar cómo desde las cadenas se impone lo frívolo, se huye del riesgo y se malgasta buenas ideas para acomodarlas al criterio de los directivos, de actores penosos y otros sinsabores, pero a la vez le reconozco lo punzante y divertido de la farsa representada. En ocasiones, por su aire pesimista, irónico y filosófico, adquiere tonos de una comedia de Beckett. Por otro lado, también es verdad que la consagración de la televisión como formato de prestigio gracias a las exitosas series parece contradecir el diagnóstico de Godard. No se puede negar su potencial persuasivo o su fuerza narrativa a la vez que en estas series las historias han dejado de ofrecer imágenes con capacidad de asombro. Los dictados del utilitarismo mandan amputar o diluir cualquier imagen perturbadora o polémica que pueda provocar las iras de numerosos espectadores o los patrocinadores. Todo esto, cierto es, no está previsto por Godard en "Grandeza y decadencia", pero su instintivo recelo respecto al formato televisivo resulta acertado. En contadas ocasiones encontraremos productos con potencial subversivo, que cuestionen los defectos de la sociedad en la que vivimos y tampoco son habituales los esfuerzos por transgredir barreras y clichés políticos, ideológicos o estéticos. Por eso es certero que Godard, habituado a moverse por esos terrenos, desconfíe del formato televisivo. Yo, por mi parte, todo y que no lo rechazo, sigo siendo mayormente un anacrónico consumidor de cine.

Y ya digo que todo esto no está ofrecido de forma clara y sencilla. Si alguien siente curiosidad por ver este estupendo telefim, le recomendaría que antes le echara un ojo a "Week End", "Salve quien pueda (la vida)" o "Yo te saludo, María" para que el festival de socarronería y gamberrismo ilustrado no le pille con los calzones bajados.
Jean Ra
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