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Voto de harryhausenn:
8
6,3
5.955
Musical. Romance. Drama
Henry es un monologuista cómico de humor incisivo. Ann, una cantante de renombre internacional. Centro de todas las miradas, juntos forman una pareja feliz rodeada de glamur. El nacimiento de su primogénita, Annette, una niña misteriosa con un destino excepcional, les cambiará la vida. (FILMAFFINITY)
14 de julio de 2021
90 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por increíble que parezca, los prejuicios y los complejos obligan a cierta gente a separar entre la alta y la baja cultura, a considerar una forma de entretenimiento más digna que otra, un tipo de espectáculo más merecedor del aplauso, de la carcajada, incluso de las lágrimas que el resto. Bergman, por ejemplo, atinaba con sus dardos cuando puso en evidencia a una intelligentsia acomplejada en la deliciosa Noche de circo, donde un grupo de bonachones y humildes artistas de pista tenían que aguantar las burlas de una troupe de teatro que vivía a todo lujo. Hoy, de manera casi imperceptible Annette nos plantea qué ocurriría si la ópera y la stand-up comedy osasen besarse. Anne, prestigiosa soprano, deidad de las altas esferas. Henry, cómico extravagante de moda en teatros angelinos y hoteles de Las Vegas. Una diosa y un mortal que nunca debieron siquiera conocerse, engendran a Annette. Niña prodigio bastarda.
Prodigio y bastarda son los mejores calificativos que se pueden aplicar al nuevo opus de Léos Carax y a la propia niña que le da título y de la que es imposible apartar la mirada. Una marioneta, un guiñol hija del teatro de mamá y de la comedia absurda de papá. Tan fascinante como única, tan inusual como sorprendente. Una mezcla de lo sublime y lo extravagante, que, cual funambulista, recorre decididamente la cuerda suspendida por encima del cráter del ridículo. Cuando pensamos que Annette pierde el equilibrio y que la caída será estrepitosamente sonora, la película recupera briosamente la compostura y sigue avanzando con sus arriesgadas piruetas dejándonos boquiabiertos.
Prodigio y bastarda son los mejores calificativos que se pueden aplicar al nuevo opus de Léos Carax y a la propia niña que le da título y de la que es imposible apartar la mirada. Una marioneta, un guiñol hija del teatro de mamá y de la comedia absurda de papá. Tan fascinante como única, tan inusual como sorprendente. Una mezcla de lo sublime y lo extravagante, que, cual funambulista, recorre decididamente la cuerda suspendida por encima del cráter del ridículo. Cuando pensamos que Annette pierde el equilibrio y que la caída será estrepitosamente sonora, la película recupera briosamente la compostura y sigue avanzando con sus arriesgadas piruetas dejándonos boquiabiertos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Henry es un personaje pasional y suicida, obsesionado con el borde del abismo que menciona repetidas veces. Ese abismo al que Henry se asoma es también el riesgo del genio de Carax, saliéndose otra vez del terreno ya explorado, expandiendo el cine hacia nuevos horizontes técnicos, plásticos, narrativos. Es el escenario en cuyo decorado te pierdes, el bosque que se encuentra más allá de las tablas y los focos, que por momentos olvidas que existen dado que Annette desdibuja los propios límites de la técnica que la guía convirtiéndose en una artefacto en continua expansión, cambiando constante y libremente de forma.
Genio no es una palabra que suela utilizar a la ligera, pero cuando hablamos del tipo que supo adaptar a su propio estilo narrativo los códigos estéticos de Cocteau, de Genet o de Jean Vigo para firmar con veinticuatro años un debut como Boy meets girl, temo que genio se me quede corto como adjetivo. Sus referentes clásicos siguen presentes en Annette, sobre todo en la escena del barco: un fondo de olas proyectado en una pantalla por un lado y unas figuras iluminadas que se hunden, inertes cuales espectros por el otro, ambos elementos parecen directamente sacados de los años 30.
Pese a ello la aceptación por parte de Carax de las nuevas tecnologías, desde hace décadas ya, hace que su lenguaje cinematográfico evolucione, incorporando a su arte elementos puramente digitales que, de forma paradójica, casi convierten los planos en obras renacentistas más que futuristas. Así la niña canta mientras flota por los cielos de distintas ciudades cual querubín rafaelista o bien enmudece ante un estadio lleno de móviles grabando, de una horda espectros humanos indiferenciables más allá del flash de sus cámaras, cual hades de almas entregadas al espectáculo.
La ópera-rock, como todo tipo de ópera por muy contemporánea que sea, parte de la Antigüedad. Desde el primer espectáculo de Henry aparecen las cuatro cantantes que, cual coro clásico, nos acompañarán todo lo largo de la historia. Los medios sensacionalistas de Youtube con un montaje de imágenes chusco y antiestético, síntoma del triunfo del contenido por encima de la expresión en nuestros días, harán las veces de narrador. Además, los ecos de la tragedia clásica son fácilmente perceptibles en la trama, marcados incluso por iconografía cristiana, como las manzanas que Anne come a todo lo largo del primer acto, el pecado original. Cuando la unión sacrílega de dos mundos distintos se consuma, ha de esperarse que el destino intervenga, cayendo todos y cada uno de los responsables en desgracia, castigados hasta que la verdadera revelación de la película, la pequeña Annette, acepta su obligación moral de anunciar lo ocurrido cuando todas las cámaras del mundo la enfocan, aplicándose así el castigo del héroe.
No sabemos hasta qué punto la escena final refleja expresamente la vida personal de la familia del propio Carax, teniendo en cuenta el suicidio de la actriz Katerina Golubeva, su novia y madre de su hija, hace diez años. Pero no es tarea fácil obviar que Adam Driver lleva su mismo corte de pelo y un maquillaje que, con la excusa de los golpes recibidos, le suaviza los rasgos, acercándose a los del cineasta. Al igual que Annette, que liberada del hechizo tras la revelación, aparece al fin en un diálogo desolador en el que la extravagancia de las dos horas anteriores desaparece para convertir la película, en los últimos minutos, en un artefacto más real, tangible, concreto, como si la humareda multicolor que hemos estado admirando se solidificase en un peso. Es el peso de la culpabilidad, de la impotencia y de la tristeza ante la pérdida de una madre, de la fisura de una familia destrozada.
hommecinema.blogspot.com
Genio no es una palabra que suela utilizar a la ligera, pero cuando hablamos del tipo que supo adaptar a su propio estilo narrativo los códigos estéticos de Cocteau, de Genet o de Jean Vigo para firmar con veinticuatro años un debut como Boy meets girl, temo que genio se me quede corto como adjetivo. Sus referentes clásicos siguen presentes en Annette, sobre todo en la escena del barco: un fondo de olas proyectado en una pantalla por un lado y unas figuras iluminadas que se hunden, inertes cuales espectros por el otro, ambos elementos parecen directamente sacados de los años 30.
Pese a ello la aceptación por parte de Carax de las nuevas tecnologías, desde hace décadas ya, hace que su lenguaje cinematográfico evolucione, incorporando a su arte elementos puramente digitales que, de forma paradójica, casi convierten los planos en obras renacentistas más que futuristas. Así la niña canta mientras flota por los cielos de distintas ciudades cual querubín rafaelista o bien enmudece ante un estadio lleno de móviles grabando, de una horda espectros humanos indiferenciables más allá del flash de sus cámaras, cual hades de almas entregadas al espectáculo.
La ópera-rock, como todo tipo de ópera por muy contemporánea que sea, parte de la Antigüedad. Desde el primer espectáculo de Henry aparecen las cuatro cantantes que, cual coro clásico, nos acompañarán todo lo largo de la historia. Los medios sensacionalistas de Youtube con un montaje de imágenes chusco y antiestético, síntoma del triunfo del contenido por encima de la expresión en nuestros días, harán las veces de narrador. Además, los ecos de la tragedia clásica son fácilmente perceptibles en la trama, marcados incluso por iconografía cristiana, como las manzanas que Anne come a todo lo largo del primer acto, el pecado original. Cuando la unión sacrílega de dos mundos distintos se consuma, ha de esperarse que el destino intervenga, cayendo todos y cada uno de los responsables en desgracia, castigados hasta que la verdadera revelación de la película, la pequeña Annette, acepta su obligación moral de anunciar lo ocurrido cuando todas las cámaras del mundo la enfocan, aplicándose así el castigo del héroe.
No sabemos hasta qué punto la escena final refleja expresamente la vida personal de la familia del propio Carax, teniendo en cuenta el suicidio de la actriz Katerina Golubeva, su novia y madre de su hija, hace diez años. Pero no es tarea fácil obviar que Adam Driver lleva su mismo corte de pelo y un maquillaje que, con la excusa de los golpes recibidos, le suaviza los rasgos, acercándose a los del cineasta. Al igual que Annette, que liberada del hechizo tras la revelación, aparece al fin en un diálogo desolador en el que la extravagancia de las dos horas anteriores desaparece para convertir la película, en los últimos minutos, en un artefacto más real, tangible, concreto, como si la humareda multicolor que hemos estado admirando se solidificase en un peso. Es el peso de la culpabilidad, de la impotencia y de la tristeza ante la pérdida de una madre, de la fisura de una familia destrozada.
hommecinema.blogspot.com