Cuando ya te llamas Roman Polansky, tienes un nombre y cierto prestigio, pierdes los escrúpulos, te vuelves exacto y metódico en tu trabajo. La racionalidad de tu empresa te lleva a hacer números.

Haces cuentas y piensas: "Bueno puedo trabajar en esta birria de película, le pongo una banda sonora que acongoje un poco, me compráis a algún actor así teatrero, que dé el pego, que tenga cartel y eso. Mi nombre y una peli sobre demonios y sectas secretas y pasta para el bolsillo. ! Todos salimos ganando!"

De la misma manera que los personajes de esta película se dirigen inexorablemente hacía el camino del mal, de la misma manera que el capricho y la ambición les hacen cometer injurias, este director intenta aprovecharse de su nombre.

Pensemos un poco, espectadores ideales, ¿No es Polansky inteligente? ¿No sabe distinguir entre una buena historia y un cuento de viejas? Pues no nos dejemos embaucar por aquellos que tienen el talento de convertir su marca en sinónimo de calidad y lo terminan convirtiendo en antónimo de honestidad.