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Voto de Chris Jiménez:
2
Comedia. Drama Tete (Biel Durán) es un niño enigmático que se siente desplazado con la llegada de su hermano y no puede ver como el bebé se alimenta de la leche de su madre. Le gusta hablar con la Luna, pero siente un profundo terror en trepar a los "castells" (torre humana típica de Cataluña), pese a que es un "anxaneta" ( niño que se sube a la cima de los "castells"). Cuando llega a la ciudad un espectáculo donde trabaja Estrellita (Mathilda May) y ... [+]
14 de febrero de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras regalarle el frasco con la rana dentro, Tete le dice a Estrellita "Quiero un pecho tuyo y tu leche". "¿Pero qué dices?", pregunta sorprendida, como es lógico, y el niño le replica "Es que mi madre no me la da".
Así por las buenas la mujer se levanta, se aparta la blusa, muestra su (precioso) seno, lo aprieta y un chorro de leche va a parar a la boca de Tete...y qué más pude hacer yo salvo taparme la cara con las manos y reírme de incredulidad.

Pero esta es sólo una de las muchas escenas de "La Teta y la Luna" que provocan vergüenza ajena, la tercera y última parte de la llamada Trilogía Ibérica que el director catalán José Juan Bigas Luna comenzó en 1.992 con la archiconocida "Jamón, Jamón", que le hizo ganar el León de Plata en el festival de Venecia (inexplicable, ¿verdad?), a la que siguió "Huevos de Oro", la más grotesca y desagradable. En esta ocasión volvería a contar con el respaldo del productor Andrés Vicente Gómez y María Fernanda Canals ayudándole en el guión.
La historia es en apariencia muy sencilla a la par que absurda, tierna y muy incoherente: Tete, un niño que todavía no comprende bien el mundo que le rodea, tiene que vivir junto a un autoritario padre que le regaña constantemente y una madre demasiado ocupada como para atenderle, pues acaba de tener otro hijo; por suerte tiene a su abuelo, el único que le hace caso. Tete está aún más desconsolado porque su hermano pequeño, al que odia, se ha "apropiado" de la rica leche que dan los pechos de su madre, por lo que pide a la Luna (atentos a esto) un deseo: unos senos que le alimenten a él solo.

El director se olvida por un momento de la brutalidad y la violencia presentes en "Jamón, Jamón" y "Huevos de Oro" haciendo que la historia, cuyo cariz psicológico la haría ser plato de gusto de Freud, esté narrada desde la pura y (a veces) inocente mirada del niño, que encuentra una respuesta a la disciplina del padre y el abandono de la madre: una joven portuguesa bastante zorra que trabaja en espectáculos de variedades junto a su marido, francés. Sí, una atmósfera poblada de extrañeza, fantasía y erotismo que poco o nada tiene que ver con las duras y viscerales tragedias precedentes de la Trilogía.
Aun así, no faltan los clásicos elementos del imaginario del catalán. Vuelven a entrar en escena los raros fetichismos, un desfile de personajes increíbles, aquí abundando en exceso (el niño obsesionado con las tetas, la tía a la que le chifla chupar pies, guardar lágrimas en un frasco y comer pan fingiendo una felación, el impotente que se gana la vida a base de pedos...) y el sentido homenaje a su tierra y sus costumbres y a la comida, en este caso la leche de la mujer, cuyo poder nutritivo y casi místico crea gran fascinación en él del mismo modo que en Tete.

Y aunque en "La Teta y la Luna" el surrealismo tenga más peso que en las anteriores obras, mostrándose a ojos del niño en forma de chocantes, llamativas y a veces dramáticas metáforas visuales (autoritarismo: el padre que aparece disfrazado de soldado romano; muerte: el cuerpo de "Stallone" sin vida sobre su propia tumba; odio: el hermano de Tete apareciendo como un cerdo), al igual que los sueños, que predominarán en todo su esplendor en los últimos y más abochornantes ocho minutos, Luna no se olvida de un detalle esencial.
Y es ese triángulo amoroso que se da entre Maurice, Estrella y Miguel (Tete no está enamorado de ella, sino de sus pechos), una situación más creíble y trágica que debería haber sido aprovechada en detrimento de la disparatada cruzada emprendida por el niño. El argumento está equivocado en su enfoque; el romance destructivo, y no menos autodestructivo, de Miguel y Estrella, presa y a la vez amante de ese francés débil, bruto y celoso, podría alzarse con el protagonismo en la película sin problema. ¿Muy convencional? Claro, pero por lo menos no sería tan rematadamente absurdo como la historia principal que nos propone el director.

El buen trabajo de fotografía por parte de José Luis Alcaine y la preciosa música de Nicola Piovani, que es lo mejor de toda la película, están muy mal acompañados de unas ocurrencias y diálogos que desprenden mal gusto por los cuatro costados y unos actores que se me hacen del todo irritantes, en especial Gérard Darmon, Miguel Poveda (al que me gustaría ver electrocutándose con la valla esa donde aparece el cartel de "No tocar") y un esforzado Biel Duran a menudo detestable (sobre todo cuando se pone a morder el biberón) pero con un arte para caer simpático y un desparpajo innatos.
Como tampoco puedo soportar al personaje de la delicada y guapísima Mathilda May, cuyos atributos hicieron declarar a Luna "Si tuviera que ilustrar el seno femenino en una enciclopedia habría puesto uno de Mathilda".

En fin, una estrambótica paranoia repleta de morbo, humor y fantasía que sólo podría surgir de la retorcida mente del cineasta catalán, que disgustará sobremanera a la gran mayoría, como es mi caso, y a otros encantará.
Chris Jiménez
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