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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama Un director de cine recrea en una serie de televisión la vida de un matrimonio fracasado. La violencia de sus personajes se refleja en la vida real, pues el director, obsesionado por convertir el film en parte de su vida, presiona a sus actores hasta llevarlos a extremos emocionales más allá de la ficción. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sonido de fondo. Sonido. Claqueta. Rodando. Cámara. Acción. Filmar la realidad.
¿Fingida o real? ¿Dónde empieza el personaje y termina el actor? No hay que actuar, hay que sentir. ¿Sentir la realidad del personaje o que el personaje sienta la nuestra?

Aquí se traspasan todas las realidades posibles, aquí la voz del ego fulmina a los personajes más allá del objetivo de la cámara, y ese ego es el del director, que una vez alguien describió como "El jefe-dictador de ese campo de concentración donde te has metido de manera voluntaria sin saber que ya no hay escapatoria". Maestros de ceremonias que alimentan sus deseos con el alma de los demás; todos conocemos muchas leyendas miserables de artistas que amamos, sus paranoias, comportamientos y excesos. El maltrato de Kubrick, la arrogancia de Ridley Scott, la crueldad de Von Trier...
Un servidor, que intenta dedicarse a lo mismo, también ha estado tras una cámara haciendo lo posible por exprimir a un ser humano hasta contentar el capricho de su ego, a veces con malos resultados, y comprende el desprecio que pueda generarse. Pero todo es arte, y el arte hay que sentirlo desde las entrañas, hasta que invada la realidad de la persona que la está practicando...si no, todo es falso. A veces incomoda dicha reflexión: una ficción como es el arte, ¿debe sentirse hasta hacerse real? ¿Cuál es el límite? En esta ocasión es Abel Ferrara quien plantea tal dilema.

Ferrara en sus años de caos, tanto dentro de sus películas (ese caos que se degusta plano por plano hasta impregnar al espectador) como en su vida personal, en los que era realmente Ferrara, sin el budismo ni la paz de ahora ni esas bobadas. Hundido en la droga y el alcohol y habiendo alcanzado el triunfo al recibir, tras mucho tiempo y esfuerzo, su gran oferta en Hollywood, dos obras que definirían un camino infernal totalmente alejado de los estándares de la visión comercial y que acabarían devolviéndole al reino independiente.
Después de manejar el mayor presupuesto de su carrera en la nueva versión de "Los Ladrones de Cuerpos", pobremente recibida en taquilla, la srta. Madonna Ciccone, impactada con "Teniente Corrupto", ansía trabajar para él, y esto se llevará a cabo desde su propia compañía, filial de Warner. Entonces el inseparable del director, Nick St. John, al que poco le quedaba para separarse definitivamente, crea uno de sus mayores logros atacando de frente a la misma industria que recién había colocado a su compañero de fatigas en un lugar privilegiado; en ella, Harvey Keitel vuelve a encarnar ese álter-ego nada disimulado, algo más desagradable, del propio cineasta, llamado Eddie.

Incluso se parecen físicamente. Pero antes de adentrarnos con él en el estudio, el guión engaña con su presentación, en una entrañable estampa familiar, a cuya esposa, para más inri, da vida la del director en aquella época, Nancy. No es casualidad, aquí vamos a ver a demonios interiores siendo vomitados con rabia hasta hacer sangrar los hígados; Keitel, que ya vino arrastrando sus problemas personales y los usó en "Teniente Corrupto", es una inmejorable versión de Ferrara, el espejo de una realidad repulsiva y decadente, y que vuela a Los Angeles para filmar una historia muy personal gozando de un alto presupuesto (qué coincidencia).
Perfecta elección un título como "Mother of Mirrors", pues de espejos se nutrirá la película sobre la que gira la trama. De todas formas a St. John y su colega no les interesa analizar las vicisitudes que preceden a la producción propiamente dicha; no hay una descripción a escala masiva de todo lo que engloba el negocio del cine, no es esta una agradable función orquestada con el toque de Altman o Edwards, más bien el lado más retorcido, por la vena de Cassavetes, de "La Noche Americana". Seguimos a la cámara, tambaleante, a las tripas del set, donde ya se respira una especie de aire cargado. La gente va y viene, los decorados están listos.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Durante su vuelo a casa una película se proyecta en el avión, de carácter familiar y con la bandera norteamericana ondeando sin parar; la intención no puede estar más clara. Como estaba previsto este arriesgado experimento que mostraba a los productores de Hollywood el lado más perverso del mundo del cine, no pudo tener ningún éxito. Y no lo tuvo, el sino del director; una lástima pues puso su alma en ello y la estrujó durante el proceso, logrando uno de los mejores análisis sobre el artista megalómano y torturado.
Su "Hora del Lobo", por así decirlo. Pero el hecho de que el montaje fuera defenestrado a base de cortes a espaldas de todos y de que Madonna, quien dio la más espectacular interpretación de su vida (y la única que merece la pena recordar), destrozara la película en público, condenaron a ésta al ostracismo. Ferrara agarra los bártulos y deja Los Angeles; su siguiente obra, otra vez independiente, estará situada a otro nivel...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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