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Voto de Chris Jiménez:
8
5,7
738
Drama
Un director de cine recrea en una serie de televisión la vida de un matrimonio fracasado. La violencia de sus personajes se refleja en la vida real, pues el director, obsesionado por convertir el film en parte de su vida, presiona a sus actores hasta llevarlos a extremos emocionales más allá de la ficción. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sonido de fondo. Sonido. Claqueta. Rodando. Cámara. Acción. Filmar la realidad.
¿Fingida o real? ¿Dónde empieza el personaje y termina el actor? No hay que actuar, hay que sentir. ¿Sentir la realidad del personaje o que el personaje sienta la nuestra?
Aquí se traspasan todas las realidades posibles, aquí la voz del ego fulmina a los personajes más allá del objetivo de la cámara, y ese ego es el del director, que una vez alguien describió como "El jefe-dictador de ese campo de concentración donde te has metido de manera voluntaria sin saber que ya no hay escapatoria". Maestros de ceremonias que alimentan sus deseos con el alma de los demás; todos conocemos muchas leyendas miserables de artistas que amamos, sus paranoias, comportamientos y excesos. El maltrato de Kubrick, la arrogancia de Ridley Scott, la crueldad de Von Trier...
Un servidor, que intenta dedicarse a lo mismo, también ha estado tras una cámara haciendo lo posible por exprimir a un ser humano hasta contentar el capricho de su ego, a veces con malos resultados, y comprende el desprecio que pueda generarse. Pero todo es arte, y el arte hay que sentirlo desde las entrañas, hasta que invada la realidad de la persona que la está practicando...si no, todo es falso. A veces incomoda dicha reflexión: una ficción como es el arte, ¿debe sentirse hasta hacerse real? ¿Cuál es el límite? En esta ocasión es Abel Ferrara quien plantea tal dilema.
Ferrara en sus años de caos, tanto dentro de sus películas (ese caos que se degusta plano por plano hasta impregnar al espectador) como en su vida personal, en los que era realmente Ferrara, sin el budismo ni la paz de ahora ni esas bobadas. Hundido en la droga y el alcohol y habiendo alcanzado el triunfo al recibir, tras mucho tiempo y esfuerzo, su gran oferta en Hollywood, dos obras que definirían un camino infernal totalmente alejado de los estándares de la visión comercial y que acabarían devolviéndole al reino independiente.
Después de manejar el mayor presupuesto de su carrera en la nueva versión de "Los Ladrones de Cuerpos", pobremente recibida en taquilla, la srta. Madonna Ciccone, impactada con "Teniente Corrupto", ansía trabajar para él, y esto se llevará a cabo desde su propia compañía, filial de Warner. Entonces el inseparable del director, Nick St. John, al que poco le quedaba para separarse definitivamente, crea uno de sus mayores logros atacando de frente a la misma industria que recién había colocado a su compañero de fatigas en un lugar privilegiado; en ella, Harvey Keitel vuelve a encarnar ese álter-ego nada disimulado, algo más desagradable, del propio cineasta, llamado Eddie.
Incluso se parecen físicamente. Pero antes de adentrarnos con él en el estudio, el guión engaña con su presentación, en una entrañable estampa familiar, a cuya esposa, para más inri, da vida la del director en aquella época, Nancy. No es casualidad, aquí vamos a ver a demonios interiores siendo vomitados con rabia hasta hacer sangrar los hígados; Keitel, que ya vino arrastrando sus problemas personales y los usó en "Teniente Corrupto", es una inmejorable versión de Ferrara, el espejo de una realidad repulsiva y decadente, y que vuela a Los Angeles para filmar una historia muy personal gozando de un alto presupuesto (qué coincidencia).
Perfecta elección un título como "Mother of Mirrors", pues de espejos se nutrirá la película sobre la que gira la trama. De todas formas a St. John y su colega no les interesa analizar las vicisitudes que preceden a la producción propiamente dicha; no hay una descripción a escala masiva de todo lo que engloba el negocio del cine, no es esta una agradable función orquestada con el toque de Altman o Edwards, más bien el lado más retorcido, por la vena de Cassavetes, de "La Noche Americana". Seguimos a la cámara, tambaleante, a las tripas del set, donde ya se respira una especie de aire cargado. La gente va y viene, los decorados están listos.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Durante su vuelo a casa una película se proyecta en el avión, de carácter familiar y con la bandera norteamericana ondeando sin parar; la intención no puede estar más clara. Como estaba previsto este arriesgado experimento que mostraba a los productores de Hollywood el lado más perverso del mundo del cine, no pudo tener ningún éxito. Y no lo tuvo, el sino del director; una lástima pues puso su alma en ello y la estrujó durante el proceso, logrando uno de los mejores análisis sobre el artista megalómano y torturado.
Su "Hora del Lobo", por así decirlo. Pero el hecho de que el montaje fuera defenestrado a base de cortes a espaldas de todos y de que Madonna, quien dio la más espectacular interpretación de su vida (y la única que merece la pena recordar), destrozara la película en público, condenaron a ésta al ostracismo. Ferrara agarra los bártulos y deja Los Angeles; su siguiente obra, otra vez independiente, estará situada a otro nivel...
¿Fingida o real? ¿Dónde empieza el personaje y termina el actor? No hay que actuar, hay que sentir. ¿Sentir la realidad del personaje o que el personaje sienta la nuestra?
Aquí se traspasan todas las realidades posibles, aquí la voz del ego fulmina a los personajes más allá del objetivo de la cámara, y ese ego es el del director, que una vez alguien describió como "El jefe-dictador de ese campo de concentración donde te has metido de manera voluntaria sin saber que ya no hay escapatoria". Maestros de ceremonias que alimentan sus deseos con el alma de los demás; todos conocemos muchas leyendas miserables de artistas que amamos, sus paranoias, comportamientos y excesos. El maltrato de Kubrick, la arrogancia de Ridley Scott, la crueldad de Von Trier...
Un servidor, que intenta dedicarse a lo mismo, también ha estado tras una cámara haciendo lo posible por exprimir a un ser humano hasta contentar el capricho de su ego, a veces con malos resultados, y comprende el desprecio que pueda generarse. Pero todo es arte, y el arte hay que sentirlo desde las entrañas, hasta que invada la realidad de la persona que la está practicando...si no, todo es falso. A veces incomoda dicha reflexión: una ficción como es el arte, ¿debe sentirse hasta hacerse real? ¿Cuál es el límite? En esta ocasión es Abel Ferrara quien plantea tal dilema.
Ferrara en sus años de caos, tanto dentro de sus películas (ese caos que se degusta plano por plano hasta impregnar al espectador) como en su vida personal, en los que era realmente Ferrara, sin el budismo ni la paz de ahora ni esas bobadas. Hundido en la droga y el alcohol y habiendo alcanzado el triunfo al recibir, tras mucho tiempo y esfuerzo, su gran oferta en Hollywood, dos obras que definirían un camino infernal totalmente alejado de los estándares de la visión comercial y que acabarían devolviéndole al reino independiente.
Después de manejar el mayor presupuesto de su carrera en la nueva versión de "Los Ladrones de Cuerpos", pobremente recibida en taquilla, la srta. Madonna Ciccone, impactada con "Teniente Corrupto", ansía trabajar para él, y esto se llevará a cabo desde su propia compañía, filial de Warner. Entonces el inseparable del director, Nick St. John, al que poco le quedaba para separarse definitivamente, crea uno de sus mayores logros atacando de frente a la misma industria que recién había colocado a su compañero de fatigas en un lugar privilegiado; en ella, Harvey Keitel vuelve a encarnar ese álter-ego nada disimulado, algo más desagradable, del propio cineasta, llamado Eddie.
Incluso se parecen físicamente. Pero antes de adentrarnos con él en el estudio, el guión engaña con su presentación, en una entrañable estampa familiar, a cuya esposa, para más inri, da vida la del director en aquella época, Nancy. No es casualidad, aquí vamos a ver a demonios interiores siendo vomitados con rabia hasta hacer sangrar los hígados; Keitel, que ya vino arrastrando sus problemas personales y los usó en "Teniente Corrupto", es una inmejorable versión de Ferrara, el espejo de una realidad repulsiva y decadente, y que vuela a Los Angeles para filmar una historia muy personal gozando de un alto presupuesto (qué coincidencia).
Perfecta elección un título como "Mother of Mirrors", pues de espejos se nutrirá la película sobre la que gira la trama. De todas formas a St. John y su colega no les interesa analizar las vicisitudes que preceden a la producción propiamente dicha; no hay una descripción a escala masiva de todo lo que engloba el negocio del cine, no es esta una agradable función orquestada con el toque de Altman o Edwards, más bien el lado más retorcido, por la vena de Cassavetes, de "La Noche Americana". Seguimos a la cámara, tambaleante, a las tripas del set, donde ya se respira una especie de aire cargado. La gente va y viene, los decorados están listos.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Durante su vuelo a casa una película se proyecta en el avión, de carácter familiar y con la bandera norteamericana ondeando sin parar; la intención no puede estar más clara. Como estaba previsto este arriesgado experimento que mostraba a los productores de Hollywood el lado más perverso del mundo del cine, no pudo tener ningún éxito. Y no lo tuvo, el sino del director; una lástima pues puso su alma en ello y la estrujó durante el proceso, logrando uno de los mejores análisis sobre el artista megalómano y torturado.
Su "Hora del Lobo", por así decirlo. Pero el hecho de que el montaje fuera defenestrado a base de cortes a espaldas de todos y de que Madonna, quien dio la más espectacular interpretación de su vida (y la única que merece la pena recordar), destrozara la película en público, condenaron a ésta al ostracismo. Ferrara agarra los bártulos y deja Los Angeles; su siguiente obra, otra vez independiente, estará situada a otro nivel...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El neoyorkino fascina con su audacia formal combinando estilo documental, filmación convencional e improvisación. En pequeñas escenas grabadas a vídeo, de una mala calidad, los actores y el director comentan sus impresiones sobre el proyecto que están a punto de realizar (un intenso drama psicológico protagonizado por un matrimonio que sin pasar de mediocre obra "B" es tomada por Eddie como una epopeya cinematográfica más grande que la vida).
Los personajes de James Russo y Madonna ya están actuando; el primero un torturado análogo de Keitel, y Keitel un idéntico análogo de Ferrara, mientras Madonna es ella misma.
En efecto hay algo que enturbia el aire, una mala sombra que flota y no deja respirar. Aquí no hay concesiones. Los primeros minutos, donde la tragedia ya está instalada en ese matrimonio (Russell y Claire), agobian por su impacto emocional; el marido es un patético que cura su depresión con la droga y el alcohol mientras maltrata a la esposa, quien de ser una ninfómana redomada ha hallado algún consuelo en la religión (sin duda "marcas de la casa" de St. John). En cierto instante una claqueta emerge; está escrito el nombre de Ferrara, no el de Eddie. Así que esto es pura ficción, pero hay una fisura por la que se cuela la realidad, y ambas convergen en una terapia de choque significativa y reveladora para todos.
A veces se abren esferas perturbadoras desde el otro lado del cine "lynchiano" gracias al tratamiento del genio Ken Kelsch, en cuya turbulencia Ferrara es capaz de absorbernos con la misma maestría. En estas tinieblas del set los ojos de los actores se iluminan con un brillo siniestro que traspasa el personaje del otro. Más tarde comprobamos que ellos mismos se esfuerzan por sentirlos e interiorizarlos; el "método", según dicen. Los "reales" Sarah y Frank experimentan en una espiral de decadencia y humillación autoimpuesta; mientras ella tiene sexo con varios hombres (al anterior le espeta que se ha "acostado con el personaje de la película"), él bebe y se droga hasta consumirse sin remedio.
¿En realidad no hay límites para el arte?, ¿puede el arte deshumanizar con tal atrocidad? El director, por su parte, este Ferrara un poco más apuesto, recibe a su familia con los brazos abiertos ocultando tras una máscara de cinismo sus pecados de egolatría y su habilidad para la dominación y manipulación; ese es el arte del director. Memorables esos momentos en que las duras palabras de Eddie hacen mella en el carácter de los actores, provocando que el tono de sus voces al expresar las emociones de sus personajes vaya metamorfoseando, en este caso en un cúmulo de rabia contenida que da pie al elemento clave tan ansiado: la desesperación expuesta sin barreras.
Terapia enfermiza. Esto es un agujero de sentimientos corrosivos y dignidad vendida al precio más abyecto; en particular se instala en nuestra mente esa sucia escena donde Russo/Franc/Russell viola sin compasión y sin cortes de plano a Madonna/Sarah/Claire tras las órdenes específicas de Eddie, que observa impertérrito, como un científico chiflado observa la creación de un monstruo. Y aún resulta más nauseabundo cuando utiliza la confesión de la mujer sobre una violación que sufrió de joven contra ella en el set para mejorar su reacción ante la cámara.
Llegado este punto donde las vidas de sus sometidos ya no puede tocar más fondo, con una agresión sexual y un intento de asesinato en su conciencia de piedra, el guión procede a dar un inesperado giro con un acto de redención por parte de ese terrible maestro de ceremonias; hace falta la muerte del padre de su esposa para que éste confiese sus excesos y adicciones, para quitarse las máscaras y romperlas.
Es Ferrara quien habla una vez más por la boca de Keitel, y como siente pánico al enfrentarse a Nancy prefiere que sea su actor el que le reemplace. Ni más ni menos, la ficción suplanta a una realidad muy palpable...y termina pegándole un tiro.
Los personajes de James Russo y Madonna ya están actuando; el primero un torturado análogo de Keitel, y Keitel un idéntico análogo de Ferrara, mientras Madonna es ella misma.
En efecto hay algo que enturbia el aire, una mala sombra que flota y no deja respirar. Aquí no hay concesiones. Los primeros minutos, donde la tragedia ya está instalada en ese matrimonio (Russell y Claire), agobian por su impacto emocional; el marido es un patético que cura su depresión con la droga y el alcohol mientras maltrata a la esposa, quien de ser una ninfómana redomada ha hallado algún consuelo en la religión (sin duda "marcas de la casa" de St. John). En cierto instante una claqueta emerge; está escrito el nombre de Ferrara, no el de Eddie. Así que esto es pura ficción, pero hay una fisura por la que se cuela la realidad, y ambas convergen en una terapia de choque significativa y reveladora para todos.
A veces se abren esferas perturbadoras desde el otro lado del cine "lynchiano" gracias al tratamiento del genio Ken Kelsch, en cuya turbulencia Ferrara es capaz de absorbernos con la misma maestría. En estas tinieblas del set los ojos de los actores se iluminan con un brillo siniestro que traspasa el personaje del otro. Más tarde comprobamos que ellos mismos se esfuerzan por sentirlos e interiorizarlos; el "método", según dicen. Los "reales" Sarah y Frank experimentan en una espiral de decadencia y humillación autoimpuesta; mientras ella tiene sexo con varios hombres (al anterior le espeta que se ha "acostado con el personaje de la película"), él bebe y se droga hasta consumirse sin remedio.
¿En realidad no hay límites para el arte?, ¿puede el arte deshumanizar con tal atrocidad? El director, por su parte, este Ferrara un poco más apuesto, recibe a su familia con los brazos abiertos ocultando tras una máscara de cinismo sus pecados de egolatría y su habilidad para la dominación y manipulación; ese es el arte del director. Memorables esos momentos en que las duras palabras de Eddie hacen mella en el carácter de los actores, provocando que el tono de sus voces al expresar las emociones de sus personajes vaya metamorfoseando, en este caso en un cúmulo de rabia contenida que da pie al elemento clave tan ansiado: la desesperación expuesta sin barreras.
Terapia enfermiza. Esto es un agujero de sentimientos corrosivos y dignidad vendida al precio más abyecto; en particular se instala en nuestra mente esa sucia escena donde Russo/Franc/Russell viola sin compasión y sin cortes de plano a Madonna/Sarah/Claire tras las órdenes específicas de Eddie, que observa impertérrito, como un científico chiflado observa la creación de un monstruo. Y aún resulta más nauseabundo cuando utiliza la confesión de la mujer sobre una violación que sufrió de joven contra ella en el set para mejorar su reacción ante la cámara.
Llegado este punto donde las vidas de sus sometidos ya no puede tocar más fondo, con una agresión sexual y un intento de asesinato en su conciencia de piedra, el guión procede a dar un inesperado giro con un acto de redención por parte de ese terrible maestro de ceremonias; hace falta la muerte del padre de su esposa para que éste confiese sus excesos y adicciones, para quitarse las máscaras y romperlas.
Es Ferrara quien habla una vez más por la boca de Keitel, y como siente pánico al enfrentarse a Nancy prefiere que sea su actor el que le reemplace. Ni más ni menos, la ficción suplanta a una realidad muy palpable...y termina pegándole un tiro.