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Voto de Chris Jiménez:
9
7,1
2.003
Drama
En Nueva Zelanda, una familia descendiente de guerreros mahoríes vive, al igual que muchos otros, en los suburbios de una gran ciudad, en una situación de marginalidad respecto a las personas de raza blanca. La vida familiar del clan estará presidida por los problemas de alcoholismo, la delincuencia y los escasos medios económicos. (FILMAFFINITY)
24 de mayo de 2020
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es el lugar donde las almas de los ancestros se estrechan con las de los vivos en un vínculo místico, donde todo rastro de civilización es eliminado, donde el espíritu de la tradición emerge de la tierra y la piedra para instalarse en el cuerpo.
Allí se reúne un pueblo, un pasado, una sangre, una cultura, de guerreros.
Puede que una de las etnias aborígenes que menos haya destacado en el panorama cinematográfico haya sido la de los maoríes (por lo menos en comparación con la nativa americana, para todos ya muy familiar), ese peculiar pueblo de cultura guerrera y costumbres caníbales que desde el Este de la Polinesia emigró hacia las tierras de Nueva Zelanda alrededor del siglo XIV a.C. y que, como todas las tribus nativas, sufrió la terrible invasión de los colonos europeos, quienes los "civilizaron" y los adaptaron a sus costumbres, surgiendo así los pākehā (mestizos neozelandeses-europeos).
El autor de orígenes maoríes Alan Duff se convertiría en uno de los más importantes del país (junto con Witi Ihimaera) y de la tradición cuando su novela casi autobiográfica "Once Were Warriors" se publicara en 1.990, logrando el éxito de inmediato, en la cual reflejaba con un gran sentido de la honestidad y crudeza sucesos que marcaron su infancia y su vida. La obra sería adaptada poco después por Riwia Brown, también de ascendencia maorí, en cuyo guión, se invertía (¿por motivos cinematográficos?) la realidad del pasado familiar de Duff: mientras la madre maorí de aquél era alcohólica y abusiva, como algunos de sus familiares, su padre, de tradición pākehā, era respetuoso y educado.
Este guión llegaría entonces a las manos de Lee Tamahori (también de origen pākehā), un veterano asistente de dirección que había realizado sobre todo anuncios y series televisivas encaminado a dar el salto con éste, su magistral debut para el cine, el cual arranca de una manera mordaz, con el plano general de un bonito paisaje desértico. Esto no es más que un puro espejismo y la intención del director es clara, pues la cámara se mantenía sobre una valla publicitaria para luego bajar, situarse a ras de suelo y así captar la realidad; lo que vemos es una sociedad de colonos y nativos dividida desde el principio (literalmente, por una verja), con la autopista y los coches circulando a un lado representando la sociedad moderna, limpia y civilizada.
Al otro se erige el mundo de los pobres, los desplazados, los olvidados, en definitiva las tribus oprimidas; esta sociedad será escudriñada hasta en las mismísimas entrañas por la cámara de Tamahori y en ella residen los protagonistas, la familia Heke, cuyos padres son Beth y Jake. La primera una mujer fuerte, de carácter, descendiente orgullosa de los maoríes, para la que no existe nada más que sus cinco hijos (seis en la novela) y resignada al explosivo temperamento, al alcoholismo y a la irresponsabilidad de Jake, apodado "El Músculos", cuyos orígenes pertenecen a la tradición neozelandesa esclava. Dos familias enfrentadas por naturaleza, una bomba humana imposible de desactivar.
Además de en los padres nos centraremos en los tres hijos mayores de la familia: Nig, Mark (reflejo de Duff) y Grace, los tres recurriendo a diferentes formas de vida como evasión al resquebrajamiento familiar y a los abusos paternales de los que son testigos mudos (todo ello supervisado por la mirada melancólica y a menudo insoportablemente indiferente de Beth). Con el primero conocemos otro tipo de tribus, que a su modo imitan a las tradicionales; son las de la calle, familias improvisadas de jóvenes que han sido abandonados a su suerte y quienes no conocen otro mundo salvo el que rige la ley del más fuerte, la ley de la fuerza, del coraje, de la sangre.
Mark también se ha lanzado a la calle, pero practicando la delincuencia. Grace, por su parte, se refugia en la imaginación, en sus cuentos, la ventana hacia un universo de ilusiones y esperanza donde no existe la violencia, siendo ella el único atisbo de pureza que reside en su destrozado hogar; ambos protagonizan los dos puntos de inflexión de la trama. Ante el descontrol familiar, subyugado al alcohol, el odio y el maltrato (quedando esto patente en una secuencia tremendamente cruda e indigesta, y no así inolvidable, en la que Beth es víctima de la furia de Jake), Mark será recluido en un reformatorio; situación en principio triste pero provechosa para él, pues poco a poco conectará con sus raíces y la olvidada tradición maorí.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Hoy "Guerreros de Antaño" permanece como uno de los más impresionantes e importantes (en especial para la comunidad nativa maorí) debuts de la Historia del cine, obra de un director que jamás volvería a superarse tras su marcha a EE.UU., y que llegaría a manchar su reputación con mediocridades del calibre de "Next", la segunda entrega de "XXX" o la "bondiana" "Muere otro Día" (...además de con el vergonzosos escándalo que protagonizaría en 2.016).
Allí se reúne un pueblo, un pasado, una sangre, una cultura, de guerreros.
Puede que una de las etnias aborígenes que menos haya destacado en el panorama cinematográfico haya sido la de los maoríes (por lo menos en comparación con la nativa americana, para todos ya muy familiar), ese peculiar pueblo de cultura guerrera y costumbres caníbales que desde el Este de la Polinesia emigró hacia las tierras de Nueva Zelanda alrededor del siglo XIV a.C. y que, como todas las tribus nativas, sufrió la terrible invasión de los colonos europeos, quienes los "civilizaron" y los adaptaron a sus costumbres, surgiendo así los pākehā (mestizos neozelandeses-europeos).
El autor de orígenes maoríes Alan Duff se convertiría en uno de los más importantes del país (junto con Witi Ihimaera) y de la tradición cuando su novela casi autobiográfica "Once Were Warriors" se publicara en 1.990, logrando el éxito de inmediato, en la cual reflejaba con un gran sentido de la honestidad y crudeza sucesos que marcaron su infancia y su vida. La obra sería adaptada poco después por Riwia Brown, también de ascendencia maorí, en cuyo guión, se invertía (¿por motivos cinematográficos?) la realidad del pasado familiar de Duff: mientras la madre maorí de aquél era alcohólica y abusiva, como algunos de sus familiares, su padre, de tradición pākehā, era respetuoso y educado.
Este guión llegaría entonces a las manos de Lee Tamahori (también de origen pākehā), un veterano asistente de dirección que había realizado sobre todo anuncios y series televisivas encaminado a dar el salto con éste, su magistral debut para el cine, el cual arranca de una manera mordaz, con el plano general de un bonito paisaje desértico. Esto no es más que un puro espejismo y la intención del director es clara, pues la cámara se mantenía sobre una valla publicitaria para luego bajar, situarse a ras de suelo y así captar la realidad; lo que vemos es una sociedad de colonos y nativos dividida desde el principio (literalmente, por una verja), con la autopista y los coches circulando a un lado representando la sociedad moderna, limpia y civilizada.
Al otro se erige el mundo de los pobres, los desplazados, los olvidados, en definitiva las tribus oprimidas; esta sociedad será escudriñada hasta en las mismísimas entrañas por la cámara de Tamahori y en ella residen los protagonistas, la familia Heke, cuyos padres son Beth y Jake. La primera una mujer fuerte, de carácter, descendiente orgullosa de los maoríes, para la que no existe nada más que sus cinco hijos (seis en la novela) y resignada al explosivo temperamento, al alcoholismo y a la irresponsabilidad de Jake, apodado "El Músculos", cuyos orígenes pertenecen a la tradición neozelandesa esclava. Dos familias enfrentadas por naturaleza, una bomba humana imposible de desactivar.
Además de en los padres nos centraremos en los tres hijos mayores de la familia: Nig, Mark (reflejo de Duff) y Grace, los tres recurriendo a diferentes formas de vida como evasión al resquebrajamiento familiar y a los abusos paternales de los que son testigos mudos (todo ello supervisado por la mirada melancólica y a menudo insoportablemente indiferente de Beth). Con el primero conocemos otro tipo de tribus, que a su modo imitan a las tradicionales; son las de la calle, familias improvisadas de jóvenes que han sido abandonados a su suerte y quienes no conocen otro mundo salvo el que rige la ley del más fuerte, la ley de la fuerza, del coraje, de la sangre.
Mark también se ha lanzado a la calle, pero practicando la delincuencia. Grace, por su parte, se refugia en la imaginación, en sus cuentos, la ventana hacia un universo de ilusiones y esperanza donde no existe la violencia, siendo ella el único atisbo de pureza que reside en su destrozado hogar; ambos protagonizan los dos puntos de inflexión de la trama. Ante el descontrol familiar, subyugado al alcohol, el odio y el maltrato (quedando esto patente en una secuencia tremendamente cruda e indigesta, y no así inolvidable, en la que Beth es víctima de la furia de Jake), Mark será recluido en un reformatorio; situación en principio triste pero provechosa para él, pues poco a poco conectará con sus raíces y la olvidada tradición maorí.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Hoy "Guerreros de Antaño" permanece como uno de los más impresionantes e importantes (en especial para la comunidad nativa maorí) debuts de la Historia del cine, obra de un director que jamás volvería a superarse tras su marcha a EE.UU., y que llegaría a manchar su reputación con mediocridades del calibre de "Next", la segunda entrega de "XXX" o la "bondiana" "Muere otro Día" (...además de con el vergonzosos escándalo que protagonizaría en 2.016).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por el contrario no habrá salida ni la más mínima oportunidad de salvación para Grace, quien se convierte en otra víctima del entorno salvaje, hostil y corrupto en el cual se ha transformado su hogar por culpa de su padre; víctima de violación.
Dos caminos se perfilan para el destino de los Heke (de redención y dignificación por parte de Mark, de sometimiento a la oscuridad y pérdida del alma por parte de la chica), dos caminos que confluirán en ese lugar sagrado de la tradición maorí donde los espíritus de los muertos y los vivos forman un vínculo sagrado y donde las almas corruptas de los desertores (Beth) vuelven para expiar sus culpas y retornar a sus orígenes.
Este lugar sagrado es el marae, y las tribus que allí se reúnen poco o nada tienen que ver con las tribus falsas formadas en la sociedad exterior. Beth, rechazando sus orígenes y separada de ellos por culpa de Jake, se visto obligada a regresar, y ha sido necesaria la muerte de una hija para reunir a la familia; como los niños, el espectador no puede sino observar impotente el grado de descomposición al que se precipitan los Heke, provocándose más fisuras en su ya rota estructura familiar, las cuales sólo podrán ser curadas con los parches de la tradición y la asunción de las costumbres ancestrales.
Tamahori y la guionista Brown son fieles al espíritu de la obra original, y el primero se esmera en sumergir a su público en los pliegues viscosos de una atmósfera desasosegante, opresiva, viciada con el olor y el sabor del alcohol, el sexo, el humo, la suciedad y el barro y en constante supuración de chorros de sudor y sangre, expresado en la imagen con gran vigorosidad gracias a la puesta en escena, la terrosa y áspera fotografía de Stuart Dryburgh y la música de Murray Grindlay y Murray McNabb. Lo que desea el director es hacernos formar parte de esa sociedad decadente, violenta, embrutecida y desoladora, enroscándonos en ella sin posibilidad de huir. Y lo consigue con creces.
Entre tanto, uno no puede más que aplaudir la arrolladora veracidad de las interpretaciones de Rena Owen y Temuera Morrison (puesto en difícil situación al despreciar a la tribu maorí en el film cuando en realidad es descendiente de éstos), dos grandes actores de fuerte presencia que enfrentarán continuamente su carisma. Junto a ellos cabe destacar a los jóvenes Taungaroa Emile, Shannon Williams y Mamaengaroa Kerr-Bell, quien brinda una actuación descorazonadora y protagonizará uno de los momentos más dolorosos e implacables de la película.
Tamahori superó la difícil prueba del realizador novel y con una extrema pericia y pulso narrativo facturó uno de los más poderosos dramas que se recuerdan, abrumador, visceral y feroz, y ante todo rebosante de honestidad. Su paso por los cines nacionales fue tan bien acogido que logró convertirse en la película más taquillera del país, ganando poco después el éxito en el extranjero gracias a los numerosos festivales internacionales en los que fue ampliamente elogiada.
Dos caminos se perfilan para el destino de los Heke (de redención y dignificación por parte de Mark, de sometimiento a la oscuridad y pérdida del alma por parte de la chica), dos caminos que confluirán en ese lugar sagrado de la tradición maorí donde los espíritus de los muertos y los vivos forman un vínculo sagrado y donde las almas corruptas de los desertores (Beth) vuelven para expiar sus culpas y retornar a sus orígenes.
Este lugar sagrado es el marae, y las tribus que allí se reúnen poco o nada tienen que ver con las tribus falsas formadas en la sociedad exterior. Beth, rechazando sus orígenes y separada de ellos por culpa de Jake, se visto obligada a regresar, y ha sido necesaria la muerte de una hija para reunir a la familia; como los niños, el espectador no puede sino observar impotente el grado de descomposición al que se precipitan los Heke, provocándose más fisuras en su ya rota estructura familiar, las cuales sólo podrán ser curadas con los parches de la tradición y la asunción de las costumbres ancestrales.
Tamahori y la guionista Brown son fieles al espíritu de la obra original, y el primero se esmera en sumergir a su público en los pliegues viscosos de una atmósfera desasosegante, opresiva, viciada con el olor y el sabor del alcohol, el sexo, el humo, la suciedad y el barro y en constante supuración de chorros de sudor y sangre, expresado en la imagen con gran vigorosidad gracias a la puesta en escena, la terrosa y áspera fotografía de Stuart Dryburgh y la música de Murray Grindlay y Murray McNabb. Lo que desea el director es hacernos formar parte de esa sociedad decadente, violenta, embrutecida y desoladora, enroscándonos en ella sin posibilidad de huir. Y lo consigue con creces.
Entre tanto, uno no puede más que aplaudir la arrolladora veracidad de las interpretaciones de Rena Owen y Temuera Morrison (puesto en difícil situación al despreciar a la tribu maorí en el film cuando en realidad es descendiente de éstos), dos grandes actores de fuerte presencia que enfrentarán continuamente su carisma. Junto a ellos cabe destacar a los jóvenes Taungaroa Emile, Shannon Williams y Mamaengaroa Kerr-Bell, quien brinda una actuación descorazonadora y protagonizará uno de los momentos más dolorosos e implacables de la película.
Tamahori superó la difícil prueba del realizador novel y con una extrema pericia y pulso narrativo facturó uno de los más poderosos dramas que se recuerdan, abrumador, visceral y feroz, y ante todo rebosante de honestidad. Su paso por los cines nacionales fue tan bien acogido que logró convertirse en la película más taquillera del país, ganando poco después el éxito en el extranjero gracias a los numerosos festivales internacionales en los que fue ampliamente elogiada.