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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama Remake de un film mudo dirigido por el propio Ozu en el año 1934. Narra la historia de un grupo de actores ambulantes que van a parar a una pequeña población de provincias. Allí el actor principal se reencuentra con una antigua amante y con un hijo ilegítimo. (FILMAFFINITY)
29 de noviembre de 2019
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El teatro es a un tiempo humorístico y trágico, y hallamos en él grandes comedias cuya base o premisa es ciertamente dramática y viceversa.
Pero no hay teatro que enfrente más emociones que el de la vida, la comedia más alegre, el drama más desgarrador; el telón nunca cae, y si lo hace ya es para siempre...

Ozu esperaría a utilizar el color hasta 1.958 para "Flores de Equinoccio". Tras esto, aprovechando decide reinventar el suyo con una especie de revisión conjunta de "Memorias de un Inquilino" y "He Nacido, pero...", y en el mismo año se embarca en un proyecto similar, quizás sorprendido por el éxito del debut de Masumura, "Besos": adaptar a los tiempos actuales, manteniendo la estructura argumental pero cambiando el nombre de los personajes, su edad y los tiempos, "Ukigusa Monogatari", que narra cómo en mitad de un caluroso verano llega a un remoto pueblo (ahora uno de costa) una compañía ambulante de teatro kabuki.
El ambiente, pese al sofocante calor (en lugar del frío y la nieve de la obra original), es de jolgorio y esperanza, la de los miembros de la compañía por lograr el éxito con su obra, pero el patrón de ésta, Komajuro, oculta un oscuro secreto: en el lugar vive su hijo Kiyoshi, fruto de un idilio con la dueña de un local, sin embargo la vergüenza (por su profesión) y la cobardía le han llevado a fingirse ante él como su tío; un secreto que será el desencadenante de una sucesión de infortunios cuando la amante de Komajuro y su actriz Sumiko, presa de los celos y la rabia, decida castigarle por su hipocresía.

Centrándose en la espiral de confusión desatada por ésta, en la que también se verá envuelta Kayo, convencida por Sumiko para seducir y confundir a Kiyoshi, la mentira para salvar las apariencias, la traición y las pasiones incontrolables (algo que anuncia ese calor omnipresente que impregna a los seres y vicia la atmósfera) son los motivos de una historia que destila amargura, cinismo, sensualidad y una rara violencia poco usual en el cine del director, quien la refuerza sirviéndose de sus característicos planos estáticos, cortos o generales, captando de mejor manera estas turbulentas situaciones, servidas con una crudeza mayor.
Este flujo de planos que, a primera vista, parecen muy tranquilos, se revela como un río profundo con una superficie apacible que oculta en su interior corrientes furiosas y destructivas, y si es costumbre en su obra el uso abrupto de las elipsis para evitar el exceso del melodrama, aquí se servirá de dicho recurso formal (además del mencionado) para crear una sensación de incomodidad y casi de desasosiego en el espectador y realzar la oscuridad lírica del conjunto. La tensión acumulada no tendrá otra vía de salida salvo la de la violencia (desatada en el último tramo del film), que afectará a todos y cada uno de los implicados.

Ozu trata con aspereza el conflicto en el seno de la familia y la desaparición de un mundo, el teatral y el real, tanto más cuanto que se establece una significativa conexión entre los personajes y los papeles que interpretan (así Sumiko, que blande la espada como Chuji Kunisada, será la instigadora de las tensiones, y Kayo se dejará llevar por los sucesos como por la música en la obra, momento inédito en la "Ukigusa" original), siendo el mejor ejemplo Komajuro, actor dentro y fuera del escenario, algo de lo que su hijo le reprocha ("tu personaje es demasiado irreal, no es creíble"). Su irascible reacción cuando descubre el furtivo romance radicará en la creencia (por mecanismo reflejo) de que todos actúan como él; al no conocer otra verdad salvo la de las apariencias será incapaz de atisbar lo auténtico, los verderos sentimientos.
El director vuelve a enfrentar lo tradicional y lo moderno, esta vez usando el teatro como punto de partida (ese trabajador del puerto que se burla de la obra cuando ve el cartel en el establecimiento) y que sobre todo está presente en la relación entre el padre y el hijo. Ya éste le recrimina lo desfasado de su personaje en la obra, un hombre que, como él, está estancado existencialmente (prueba de ello es que, al contrario que Kiyoshi, quien evoluciona con respecto a los acontecimientos, Komajuro se resigna y regresa junto a Sumiko); esta confrontación incluso derivará en el violento rechazo del hijo al padre.

Ozu filma la acción dramática como si de una obra kabuki se tratase y hace gala de su habilidad para mostrar o insinuar de forma natural, reparando en pequeños detalles que le aportan sus sostenidos encuadres para ofrecer momentos de gran emoción, que intensifica la belleza plástica de la fotografía en color de Kazuo Miyagawa, mientras que la ligera partitura de Takanobu Saito proporciona musicalidad al movimiento, tanto de las secuencias como de los personajes. Personajes bien interpretados por un elenco en su mayoría pertenecientes a la Daiei encabezados por Haruko Sugimura y un irritante y detestable Ganjiro Nakamura.
Además cabe destacar la presencia de dos de las actrices más bellas e imponentes del cine japonés, Machiko Kyo y Ayako Wakao, quienes ocupan el lugar de las Emiko Yagumo y Yoshiko Tsubochi anteriores. Chishu Ryu, actor fetiche del director, tendrá en una breve aparición, al igual que Koji Mitsui, quien en la primera versión daba vida al hijo del protagonista (llamado Shinkichi), y Hitomi Nozoe y Hiroshi Kawaguchi, pronto matrimonio en la vida real, demuestran (como en los films de Masumura) una gran quimica en pantalla.

Sin perder su inevitable condición de "remake", ésta pasa por ser una de las obras más notables de la última etapa de Ozu, la que además cerraría una era dorada para el cine nipón, reflexión a un tiempo grave y jovial del oficio del artista ambulante (hierba errante que flota eternamente en el río de la vida), fábula sarcástica y desgarradora sobre los falsos pretextos del corazón y el espíritu...
Y más ampliamente, farsa sensible y trágica sobre la existencia como necesaria aceptación de la traición.
Chris Jiménez
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