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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama. Bélico
La historia narra la batalla por la colina 203 durante la guerra ruso-japonesa en 1905. La colina fue capturado con la pérdida de muchas vidas en ambos lados, japoneses y rusos. La captura de la colina permitió al ejército japonés poner presión sobre la flota rusa del Pacífico, asegurando así la victoria japonesa, al mando del Almirante Togo , en la batalla naval siguiente. (FILMAFFINITY)
7 de mayo de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alrededor de los altos muros que bordean el puerto Arthur, los cercenados y chamuscados cuerpos de los soldados japoneses se apilan en una imagen desoladora de la derrota.
De entre ellos un muerto se alza y con el rostro destrozado no duda en clamar "Este es un lugar horrible...y no regresaremos con vida de aquí".
Al final es alcanzado desde lejos por las balas rusas mientras el teniente Koga observa, bajo la lluvia, esta amarga predicción del destino de los vivos; con su voz melancólica y desgarrada, Masashi Sada entona la "Balada de los Guerreros", concluyendo así la 1.ª parte de esta gesta épica de sangre, barro, plomo y honor. La gesta de las ambiciones de dos países que transformarían la tierra en ceniza y a los hombres en grandes masas de carne podrida, batalla decisiva para que el Imperio de Japón protegiese sus dominios frente a la invasión europea en Asia, extendida cual virus durante el siglo XIX.
Filipinas no resistió ante la bandera estadounidense, China cayó bajo la inglesa, pero Japón, contra todo pronóstico, pudo aguantar. Shigeru Okada quería narrar esta epopeya al estilo clásico, si bien era consciente de que a finales de esos años '70 el bélico ya no atraía al gran público; acuerda entonces entre sus socios de Toei centrar el guión en algunas figuras clave de la contienda y dar a ello un aspecto lo más humano y realista posible, y para la tarea es elegido, con mucho acierto, Kazuo Kasahara (responsable de los tan documentados libretos de las "Batallas sin Honor ni Humanidad", que tanto éxito habían dado a la compañía).
Alimentada tanto con las dudas como con el entusiasmo de los diferentes implicados, se prepara la mayor producción de la Historia de Toei, con ayuda de Toho, y la más larga, amén de la más cara, del cine nipón hasta la fecha. "Port Arthur" la inicia un narrador distante que, a modo de profesor universitario, nos sitúa en el lugar de los hechos que llevaron a la revuelta de Japón contra Rusia; la estructura narrativa se dividiría en tres actos (cada uno marcado en cada hora del metraje) donde Kasahara, en su técnica usual, va introduciendo a cada uno de los muchos personajes, enfocándose en tres: Takeshi Koga, Maresuke Nogi y Gentaro Kodama, y cómo sus diferentes personalidades evolucionan en el curso de la guerra.
El primero, con el afable rostro de Teruhiko Aoi, es el ejemplo del japonés occidentalizado de la era Meiji, profesor pacifista, amante de la cultura intelectual rusa; no pocos paralelismos surgen, al ser nombrado teniente, con el Kaji de "La Condición Humana", pues su alma se irá oscureciendo y deshumanizando en cada contienda, que considera un sacrificio de vidas inútil para satisfacer el capricho de la poderosa aristocracia, ignorante del sufrimiento de esos pobres diablos que bajo sus órdenes se baten contra un enemigo quince veces superior, en campo abierto, a cara descubierta y a plena luz del día en las llanuras baldías de Liaotung.
Pero Kasahara y Toshio Masuda, que tras su romance con el cine de animación ha entrado a formar parte del proyecto sin pensárselo dos veces, en absoluto adoptan un enfoque unilateral con respecto a quiénes son los buenos y quiénes los malos (como sí sucedía, por ejemplo, en "La Batalla de Okinawa"), por ello éste se aproxima también a la intimidad del bando ruso, aunque nunca veamos en pantalla sus planes y maniobras de contraataque, permaneciendo en secreto. A través de los ojos de Koga (a quien conceden una subtrama romántica bastante innecesaria, todo sea dicho) obtenemos la perspectiva del campo de batalla.
Para recrear no una batalla, sino la masacre a la que fueron lanzados cientos de miles de hombres por una causa más que perdida (o al menos así lo parecía), se combinan la veteranía en la acción y el drama del director, la labor del operador Masahiko Imura y los equipos de Hiroshi Kitagawa (director de arte) y Teruyoshi Nakano (director de efectos especiales) y un presupuesto de casi 2 billones de yenes, garantizando un espectáculo de dimensiones colosales y ricos detalles visuales que logran impregnar en nuestros pulmones el olor de la pólvora, de la tierra mojada por la sangre, del sudor, las vísceras y la carne quemada mientras nuestras retinas se encogen con imágenes bellamente cruentas.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El estupor es general tras coronarse las colinas que bordean al puerto, la nación estalla de júbilo y ondean las banderas con la insignia imperial. Japón se coloca a la cabeza de Asia, pero se nos deja con la duda de si han sido necesarias tal cantidad de vidas humanas...
La obra, que contiene algunas de las más poderosas imágenes e interpretaciones de la Historia del cine (para atesorar en el recuerdo la comentada al principio o el profundo lamento final de Nogi ante el emperador, a quien, como no podía ser de otra forma, da vida Toshiro Mifune), arrasa en la taquilla y en los premios nacionales, reavivando el interés por el bélico en el público. Con ella Masuda inicia una tetralogía sobre la guerra en la que sería la etapa de madurez de su carrera.
De entre ellos un muerto se alza y con el rostro destrozado no duda en clamar "Este es un lugar horrible...y no regresaremos con vida de aquí".
Al final es alcanzado desde lejos por las balas rusas mientras el teniente Koga observa, bajo la lluvia, esta amarga predicción del destino de los vivos; con su voz melancólica y desgarrada, Masashi Sada entona la "Balada de los Guerreros", concluyendo así la 1.ª parte de esta gesta épica de sangre, barro, plomo y honor. La gesta de las ambiciones de dos países que transformarían la tierra en ceniza y a los hombres en grandes masas de carne podrida, batalla decisiva para que el Imperio de Japón protegiese sus dominios frente a la invasión europea en Asia, extendida cual virus durante el siglo XIX.
Filipinas no resistió ante la bandera estadounidense, China cayó bajo la inglesa, pero Japón, contra todo pronóstico, pudo aguantar. Shigeru Okada quería narrar esta epopeya al estilo clásico, si bien era consciente de que a finales de esos años '70 el bélico ya no atraía al gran público; acuerda entonces entre sus socios de Toei centrar el guión en algunas figuras clave de la contienda y dar a ello un aspecto lo más humano y realista posible, y para la tarea es elegido, con mucho acierto, Kazuo Kasahara (responsable de los tan documentados libretos de las "Batallas sin Honor ni Humanidad", que tanto éxito habían dado a la compañía).
Alimentada tanto con las dudas como con el entusiasmo de los diferentes implicados, se prepara la mayor producción de la Historia de Toei, con ayuda de Toho, y la más larga, amén de la más cara, del cine nipón hasta la fecha. "Port Arthur" la inicia un narrador distante que, a modo de profesor universitario, nos sitúa en el lugar de los hechos que llevaron a la revuelta de Japón contra Rusia; la estructura narrativa se dividiría en tres actos (cada uno marcado en cada hora del metraje) donde Kasahara, en su técnica usual, va introduciendo a cada uno de los muchos personajes, enfocándose en tres: Takeshi Koga, Maresuke Nogi y Gentaro Kodama, y cómo sus diferentes personalidades evolucionan en el curso de la guerra.
El primero, con el afable rostro de Teruhiko Aoi, es el ejemplo del japonés occidentalizado de la era Meiji, profesor pacifista, amante de la cultura intelectual rusa; no pocos paralelismos surgen, al ser nombrado teniente, con el Kaji de "La Condición Humana", pues su alma se irá oscureciendo y deshumanizando en cada contienda, que considera un sacrificio de vidas inútil para satisfacer el capricho de la poderosa aristocracia, ignorante del sufrimiento de esos pobres diablos que bajo sus órdenes se baten contra un enemigo quince veces superior, en campo abierto, a cara descubierta y a plena luz del día en las llanuras baldías de Liaotung.
Pero Kasahara y Toshio Masuda, que tras su romance con el cine de animación ha entrado a formar parte del proyecto sin pensárselo dos veces, en absoluto adoptan un enfoque unilateral con respecto a quiénes son los buenos y quiénes los malos (como sí sucedía, por ejemplo, en "La Batalla de Okinawa"), por ello éste se aproxima también a la intimidad del bando ruso, aunque nunca veamos en pantalla sus planes y maniobras de contraataque, permaneciendo en secreto. A través de los ojos de Koga (a quien conceden una subtrama romántica bastante innecesaria, todo sea dicho) obtenemos la perspectiva del campo de batalla.
Para recrear no una batalla, sino la masacre a la que fueron lanzados cientos de miles de hombres por una causa más que perdida (o al menos así lo parecía), se combinan la veteranía en la acción y el drama del director, la labor del operador Masahiko Imura y los equipos de Hiroshi Kitagawa (director de arte) y Teruyoshi Nakano (director de efectos especiales) y un presupuesto de casi 2 billones de yenes, garantizando un espectáculo de dimensiones colosales y ricos detalles visuales que logran impregnar en nuestros pulmones el olor de la pólvora, de la tierra mojada por la sangre, del sudor, las vísceras y la carne quemada mientras nuestras retinas se encogen con imágenes bellamente cruentas.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El estupor es general tras coronarse las colinas que bordean al puerto, la nación estalla de júbilo y ondean las banderas con la insignia imperial. Japón se coloca a la cabeza de Asia, pero se nos deja con la duda de si han sido necesarias tal cantidad de vidas humanas...
La obra, que contiene algunas de las más poderosas imágenes e interpretaciones de la Historia del cine (para atesorar en el recuerdo la comentada al principio o el profundo lamento final de Nogi ante el emperador, a quien, como no podía ser de otra forma, da vida Toshiro Mifune), arrasa en la taquilla y en los premios nacionales, reavivando el interés por el bélico en el público. Con ella Masuda inicia una tetralogía sobre la guerra en la que sería la etapa de madurez de su carrera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El fragor de la lucha cara a cara se visita repetidamente, lo que mantiene a la trama siempre en movimiento, y es que Masuda siempre fue un experto en dar los ritmos apropiados a sus guiones, razón por la cual el metraje, que supera las 3 horas, discurra con fluidez; pero no sólo flota el aire de la muerte en las llanuras donde los hombres de un país y otro se disparan, bombardean, acuchillan e incluso apedrean cuando falta munición.
Como muchos predecesores, y pese a ser tachada su obra de reaccionaria y promilitarista (por el hecho de tratar una guerra ganada por el país que la inició), el director da muestras de gran humanismo y honestidad.
En un momento hermoso, rusos y japoneses comparten bebidas y cigarros en ese día donde ambos recogen y dan sepultura a sus muertos. El caso es que el sufrimiento y la pérdida es mutua, a todos aguarda el Infierno. E igual que conocemos en ese largo 1.er acto antes de viajar a territorio manchú a cada uno de los miembros del grupo de Koga (un artista de variedades homosexual, un padre que se ha visto forzado a abandonar a sus hijos, un yakuza o un joven vendedor de tofu, todos apoyándose hasta la muerte frente a las órdenes de los oficiales), también nos vamos al lado de los superiores que organizan los preparativos para el combate.
Sin embargo estos son observados con otra luz por Masuda. De hecho, curiosamente, los oficiales rusos son retratados con una amabilidad y cercanía que de ningún modo hallamos en los japoneses; pero también hay dos caras en esta verdad, y las representan Nogi y Kodama. Como una extensión de su Kaji, Tatsuya Nakadai interpreta al primer general con un humanismo pesimista, alguien en cuyos hombros pesan las vidas de hombres inocentes y sin ninguna esperanza, alguien endurecido en el combate al tener que dar la espalda a las emociones para complacer los deseos de su patria (es decir, del emperador).
A lo largo del rigurosamente detallado avance de la guerra, la fe de Nogi, ya herida desde hace años, morirá con cada soldado que caiga hasta quedar convertido en un espectro en vida y asegurarse una tumba junto a sus hombres en la decisiva última contienda. La mirada de Nakadai y su voz rota nos muestran a un hombre que cumple sus órdenes sin dejar de cuestionarse en su interior la validez de dichas órdenes (por ello es incapaz de rebatir las duras palabras de Koga acerca del falso honor y la victoria ganada con el sacrificio).
El tercero en discordia es ese otro general que decide por su cuenta declarar la guerra al enemigo. Tetsuro Tanba (al principio escogido para dar vida al personaje de Nakadai pero rechazado por Okada) enfatiza las líneas más detestables de su rostro para crear a un Kodama creíble en toda su maldad patriótica; él, opuesto de Nogi aun perteneciendo a la misma casta samurái, es quien mejor encarna la aristocracia japonesa Meiji tradicional, convencida del poder de la nación. Un poder no realista, sino idealizado por la lealtad ciega al emperador. El suyo es un protagonista dibujado con no muchos claroscuros a diferencia de los otros.
Lo que hierve en su sangre es la victoria, afianzar la supremacía nacional, un anhelo que se transforma en capricho y poco a poco en obsesión enfermiza, actitud no obstante propia de los de su clase y profesión, especialmente cuando se trata de mantener la idea del sacrificio (el ajeno, nunca el propio) como el más elevado de los honores.
La narrativa se sostiene en estos tres puntos de vista y es gracias a ellos que puede evolucionar de una manera universal que siempre resulte cercana para el espectador, aun siendo ejecutada desde una técnica estrictamente japonesa.
Como muchos predecesores, y pese a ser tachada su obra de reaccionaria y promilitarista (por el hecho de tratar una guerra ganada por el país que la inició), el director da muestras de gran humanismo y honestidad.
En un momento hermoso, rusos y japoneses comparten bebidas y cigarros en ese día donde ambos recogen y dan sepultura a sus muertos. El caso es que el sufrimiento y la pérdida es mutua, a todos aguarda el Infierno. E igual que conocemos en ese largo 1.er acto antes de viajar a territorio manchú a cada uno de los miembros del grupo de Koga (un artista de variedades homosexual, un padre que se ha visto forzado a abandonar a sus hijos, un yakuza o un joven vendedor de tofu, todos apoyándose hasta la muerte frente a las órdenes de los oficiales), también nos vamos al lado de los superiores que organizan los preparativos para el combate.
Sin embargo estos son observados con otra luz por Masuda. De hecho, curiosamente, los oficiales rusos son retratados con una amabilidad y cercanía que de ningún modo hallamos en los japoneses; pero también hay dos caras en esta verdad, y las representan Nogi y Kodama. Como una extensión de su Kaji, Tatsuya Nakadai interpreta al primer general con un humanismo pesimista, alguien en cuyos hombros pesan las vidas de hombres inocentes y sin ninguna esperanza, alguien endurecido en el combate al tener que dar la espalda a las emociones para complacer los deseos de su patria (es decir, del emperador).
A lo largo del rigurosamente detallado avance de la guerra, la fe de Nogi, ya herida desde hace años, morirá con cada soldado que caiga hasta quedar convertido en un espectro en vida y asegurarse una tumba junto a sus hombres en la decisiva última contienda. La mirada de Nakadai y su voz rota nos muestran a un hombre que cumple sus órdenes sin dejar de cuestionarse en su interior la validez de dichas órdenes (por ello es incapaz de rebatir las duras palabras de Koga acerca del falso honor y la victoria ganada con el sacrificio).
El tercero en discordia es ese otro general que decide por su cuenta declarar la guerra al enemigo. Tetsuro Tanba (al principio escogido para dar vida al personaje de Nakadai pero rechazado por Okada) enfatiza las líneas más detestables de su rostro para crear a un Kodama creíble en toda su maldad patriótica; él, opuesto de Nogi aun perteneciendo a la misma casta samurái, es quien mejor encarna la aristocracia japonesa Meiji tradicional, convencida del poder de la nación. Un poder no realista, sino idealizado por la lealtad ciega al emperador. El suyo es un protagonista dibujado con no muchos claroscuros a diferencia de los otros.
Lo que hierve en su sangre es la victoria, afianzar la supremacía nacional, un anhelo que se transforma en capricho y poco a poco en obsesión enfermiza, actitud no obstante propia de los de su clase y profesión, especialmente cuando se trata de mantener la idea del sacrificio (el ajeno, nunca el propio) como el más elevado de los honores.
La narrativa se sostiene en estos tres puntos de vista y es gracias a ellos que puede evolucionar de una manera universal que siempre resulte cercana para el espectador, aun siendo ejecutada desde una técnica estrictamente japonesa.